Cinco billones de pesos anuales es una cifra significativa y más si vamos a hablar de desarrollo. Esa es la cifra que anualmente el puerto de Buenaventura aporta al país en impuestos, de los cuales, en inversión social, le son devueltos menos del 5 %.
Si bien es cierto que el desarrollo en su sentido más estricto se refiere al crecimiento, progreso, evolución y mejoría, lamentablemente en algunas regiones del país es generador de miseria y de conflicto, pues es un desarrollo meramente económico que deja de lado a la persona y se centra en el crecimiento económico de un sector —el portuario para el caso concreto— y unas pocas élites que no habitan el territorio, pero sí lo explotan para su beneficio.
Esto deja a los habitantes del mismo como simples espectadores del desarrollo, quienes deben conformarse con el reconocimiento de ser un territorio rico y estratégico que aporta al país más del 60 % de su economía, mientras su gente se muere en la miseria.
Cabe preguntarnos, entonces, ¿qué tipo de desarrollo merecen y quieren nuestras comunidades? Estas se encuentran apartadas, no son reconocidas y han sido marginadas del poder, por un centralismo que se piensa nuestro desarrollo, pero no conoce ni padece las consecuencias del mismo.
¿Es el desarrollo económico, así, a secas? o ¿es un desarrollo más humano, como el teorizado por el nobel de Economía Amartya Sen? Este último refiere a un proceso de expansión de las libertades reales de las que disfruta la persona y en el que entran en juego diferentes instituciones, como son los mercados y las organizaciones relacionadas con ellos, los Gobiernos y las autoridades locales, los partidos políticos y otras instituciones ciudadanas, los sistemas de educación y las oportunidades de diálogo y debate público, incluida la prensa.
En este enfoque, tienen un papel importante los valores sociales y las costumbres, las que influyen en las libertades de los individuos. Por eso, es nuestro deber reflexionar sobre el modelo de desarrollo impuesto y preguntarnos si queremos seguir siendo parte de ese desarrollo que nos vuelve víctimas del mismo. En gran medida, las desgracias de Buenaventura se deben a ese desarrollo portuario invasivo y acelerado que llegó hace más de 20 años y sumió en la miseria a un puerto no solo rico en cultura, minerales y fuentes hídricas, sino también en amor y en solidaridad.
Este desarrollo también nos impuso una guerra por la supervivencia. En Buenaventura se nos obligó a pescar para nuestro propio canasto, cuando antes lo hacíamos de manera colectiva. Se nos obligó a no ser solidarios, a no abrir la puerta, a desconfiar argumentando que eso es lo que garantiza nuestra vida.
¿Dejaremos todo esto atrás y vamos a empezar a construir ese desarrollo solidario que nos compromete a todos? Debemos rehusarnos y darle la espalda a un desarrollo que no se concerte con las comunidades, debemos decirle NO MÁS a un desarrollo que nos genera más conflictos que progreso integral.
KAROLINA GUERRERO OBREGÓN
Miembro del Comité Central del Paro Cívico de Buenaventura
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