Box Pantera: un 'nocaut' a las pandillas de Cali

March 15 de 2018

En el distrito de Aguablanca, una zona vulnerable de la capital del Valle, un exboxeador y campeón nacional 'pelea' para que los jóvenes no se conviertan en lo que él y sus amigos fueron alguna vez: pandilleros..

Box Pantera: un 'nocaut' a las pandillas de Cali

| | Por: Jair F. Coll


Por: Jair F. Coll
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Aunque su familia está completa, Hanner Manuel Sinisterra no tiene problema en agregar otro miembro, con el que no existe consanguinidad. “Don Gustavo es mi papá”, se refiere a Gustavo Mosquera Ibargüén, un expugilista que desde hace 13 años evita, mediante el deporte, que los jóvenes integren alguna de las 71 pandillas identificadas por la Policía en el distrito de Aguablanca, en Cali. Este es un sector que agrupa cinco comunas, 335 barrios y algunas historias de violencia y superación.

 

 

“No solo son las balaceras”, afirma Hanner.

 

“El otro problema son las fronteras invisibles. Por ejemplo, yo vivo en el barrio El Vallado y si quiero coger un jeepeto (carro) para ir a La Unión, debo agacharme para que no me vea una banda de por ahí”.

 

 

 


Hanner nunca había escuchado de la iniciativa de Gustavo hasta hace un par de años, cuando tenía 15. Era de noche cuando decidió jugar fútbol con unos amigos en un polideportivo del barrio Ciudad Córdoba. Antes de iniciar un partido, unos cuantos voltearon la mirada hacia la cancha de baloncesto, en donde había otros muchachos de su edad, hombres y mujeres, que boxeaban con adversarios invisibles o golpeaban sacos casi de la misma estatura.

En el centro de todos ellos estaba alguien de baja estatura, siempre con gorra y calmado: Gustavo. Él fue quien le puso los guantes de boxeo a Hanner por primera vez.


 

 

 

| Hanner Manuel Sinisterra lanzando unos golpes al aire |

 

 

La primera semana fue bastante difícil. Adaptarse a dar golpes y aprender los tecnicismo del boxeo resultó ser una ardua tarea para Hanner. Pero transcurrió el tiempo y se convenció más y más de lo que quería ser de adulto. Y mientras entrenaba, le tocó convivir con la violencia de su distrito.

“Gustavo siempre le habla a los pelaos para que hagan parte del grupo, pero muchos se niegan. Prefieren solucionar los problemas a bala. Ya unos están decididos a matar por venganza. Es muy difícil”.

 

 

 

Según el Observatorio Social de la Alcaldía de Cali, Aguablanca reportó 543 homicidios en 2015. Es decir, el 39,7 por ciento de los 1.373 asesinatos que ocurrieron ese año en la capital del Valle del Cauca. En 2017, de acuerdo al Observatorio de Seguridad -también de la Alcaldía-, en la cuidad se registraron 1.240 muertes violentas. Aunque la cifra viene bajando, Aguablanca sigue concentrando el mayor número de estos crímenes: 553, el 44,5 por ciento.

 

“Uno debe ser duro para sobrevivir en la calle. Y el boxeo ayuda en parte. Yo quiero dedicarme a eso, al menos en cuatro años ser un pugilista consagrado. Eso es lo que le agradezco a don Gustavo”.

Hanner Manuel Sinisterra

 

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Se hicieron llamar ‘Los Ángeles en el Infierno’. A pesar de que el nombre generó risas cuando fue propuesto por Gustavo, los pandilleros les agradó cambiar su anonimato por una identidad irónica, pero atractiva. El apodo estaba inspirado en la imagen que Gustavo tenía de sí mismo: “Una persona de bien caída en el mal”.

 

| Manuel José Mosquera, padre de Gustavo |

 

 


En ese entonces tenía 13 años. La delincuencia era una de las dos imágenes que hasta el momento más lo habían impresionado. La primera fue una retroexcavadora que convertía su anterior casa en un montículo de escombros y maderas rotas. Se trataba del desalojo de una invasión a orillas de un caño, en la que Gustavo vivió hasta los siete años. Cuando la Alcaldía transportó las familias hacia un nuevo sector, los funcionarios se encargaron de transmitir el mensaje. “Ese terreno es suyo”, dijo uno a Manuel José Mosquera, su padre. La comunidad debía levantar nuevos techos con mano propia. El caño se llamaba Cinta Larga; su nuevo hogar, el barrio El Retiro, en el oriente de Cali.


 

 

 

 | A la derecha de Gustavo (de gorra) se encuentra su madre, María Valentina Ibargüen, a quien define como una “persona generosa y de bien” |

 

La familia Mosquera estaba compuesta por seis hijos. A pesar de ser el primogénito, Gustavo no se ganaba un lugar dentro de la pandilla que quería ser parte. De hecho, su hermano Carlos Enrique, un año menor que él, era el jefe del grupo. Gustavo no hizo parte hasta cometer una osadía: robar los relojes de dos muchachos por su propia cuenta, tarea que sobresaltó a los pandilleros, pues era algo que se realizaba con al menos tres personas.

 

“Estuve cuatro años como un ángel en el infierno -cuenta-. Todos los días pensaba que iba a morir. Enterrábamos un muchacho cada dos semanas”.

 

Gustavo conocía de confrontaciones, del efecto amedrentador que causaba un palo con puntillas, de peleas a mano limpia; mas no de aquel deporte que se preactica con guantes y que confeccionó esa bella y escueta expresión llamada ‘nocaut’. Fue gracias a un amigo que lo convenció a la fuerza. Ambos llegaron a un salón comunitario de El Retiro, en donde el boxeo se tomaba el cuerpo de todos. A pesar de que en las primeras semanas mostró poco interés, Gustavo se acostumbró a ser un pugilista.

 

Por esa época, cumplía los 17 años. Si el barrio no lo conocía por su nombre, era por un apodo que caracterizaba su agilidad. La pantera Mosquera, le llamaban.

 

 

 

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¿Quién es Jhonatan ‘Momo’ Romero? No solo es campeón mundial en la categoría de supergallo de la Federación Internacional de Boxeo del 2013 o imagen principal de los periódicos que cuelgan de las paredes del Coliseo Mariano Ramos. Es para muchos un modelo a seguir tras ser un pandillero del distrito de Aguablanca y hermano de tres jóvenes asesinados. Ahora bien, ¿quién es Daniel Stiven Ibargüen? La nueva promesa del boxeo nacional salida del barrio El Retiro. Al menos así lo describe su maestro.

 

“Desde muy pequeño me gustaba la pelea. Yo era uno de esos muchachos que mantenía en la esquina Y luego descubrí el boxeo. Ya llevo dos años en esto”.

Daniel Stiven Ibargüen

 

 

 

 

Luego de convencerlo, Gustavo, quien ya lo había observado desde antes, lo esperaba en una cancha de fútbol para que le enseñara todo lo que tuviera. Sus habilidades se desarrollaron rápidamente. Daniel empezó a ser un asiduo alumno del exboxeador hasta convertirse en uno de los capitanes del equipo, aquella posición que hace las veces de profesor.

“Mi ídolo es el señor Gustavo Mosquera. Si no fuera por él, no me imagino lo que hubiera sido de mí”, dice Daniel, quien fue medalla oro en el Campeonato Nacional Junior de Boxeo, en 2016.

 

 

Pero no todos tienen un futuro afortunado. A pesar de que la estrategia de Gustavo está pensada para evitar que los jóvenes eviten el pandillismo, algunos regresan a la delincuencia. A veces son asesinados.

Sus historias pueden contarse mediante familias y lápidas, inscripciones en piedra que son breves en la información, que no tienen necesidad de lenguaje corporal para expresarse. Así como la quietud que sugiere una lápida, Michael*, de 19 años, cuenta su historia desde una paraplejia causada por un tiro en la espalda. “La muerte también puede tener varias formas. Por ejemplo, la cárcel o la silla de ruedas”, afirma.

 

| *Se le cambió el nombre para proteger su identidad |

 


Ocurrió hace un año y nueve meses. Por un lío de fronteras invisibles, Michael sostuvo un enfrentamiento armado con otro joven, pero al momento de escapar se encontró a un policía, justo en frente. Aún tenía el arma en la mano, la cual, excitada y por reacción instantánea, jaló el gatillo, hiriendo al uniformado. Emprendió la huída de inmediato y mientras corría, sintió un fortísimo ardor en el pecho, luego en la espalda. El policía le disparó y Michael cayó secamente sobre el asfalto. Cuando los médicos lo atendieron en el hospital, descubrió que jamás podría subir a un ring de boxeo otra vez.

Aunque descubrió el deporte a los 16 años, cuando el nombre de Gustavo Mosquera era de conocimiento obligatorio en el sector, aún frecuentaba a la pandilla. “A diferencia de mis papás, en la pandilla encontré amistad y cariño. Hoy solo puedo decir que la calle solo trae mero engaño, uno se cree el más malo de todos los malos, el rey. Es mero engaño”.


 

 

 

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“Algo terrible acaba de pasar”, pensó Gustavo en una competencia de Medellín. La inquietud lo asaltó de repente. A diferencia de otros desasosiegos que aparentan la misma naturaleza y que luego desaparecen con el pasar de los minutos, este se aferraba de tal forma que le impedía dar los ganchos correctos al contrincante. “Algo terrible acaba de pasar”, percibieron sus músculos cuando eran golpeados. “Algo terrible…”, repitió al momento de ser derrotado.

Decidió regresar a Cali de inmediato. Durante el viaje, el vehículo que transportaba al equipo de la selección Valle, de la que Gustavo hacía parte, se vio retrasadao por un accidente en la vía Cartago-Cali. Un violento choque entre una camioneta y un carro partículo. El joven pugilista advirtió los cadáveres de los conductores. El siniestro agravó su desasosiego hasta convertirlo en una infortunada premonición.

 

 

Cuando llegó a su casa horas más tarde, el pensamiento se hizo realidad. Su hermano Carlos Enrique había sido asesinado. Tenía 18 años cuando ocurrió, la misma edad en la que coincidió la muerte de otro hermano de Gustavo. Se llamaba Jhon Jairo. “Según me contaron, él intentó robar una tienda. Pero el dueño era un exmiembro de la Sijín, quien se olió todo antes de que fuera a pasar. Cuando mi hermano se acercó con un arma que no tenía balas, el señor ya estaba listo y le disparó. Eso mató a Jhon Jairo”.

Desde esos días, quien viera la espalda de Gustavo descubriría un tatuaje con el nombre de sus hermanos. Y si ese observador, notaría las cicatrices que dejaron puñales y un machete. Siempre y cuando esforzara la vista, pues las huellas, hoy día, pasan desapercibidas entre la dura piel del expugilista.

 

 

Mientras superaba las pérdidas de sus seres queridos, Gustavo se iba granjeando una leyenda deportiva a su alrededor. A pesar de la desconfianza que suscitaba su baja estatura -casi un metro y sesenta centímetros- en directivos del boxeo nacional, se coronó campeón de Cali en muchas ocasiones, fue tres veces vencedor en las competencias departamentales y fue tenido en cuenta en varias selecciones de Colombia.

De hecho, tuvo la oportunidad viajar a los Juegos Olímpicos de 1996, en los que estuvo preseleccionado para representar el país en Estados Unidos. Sin embargo, al final no quedó en el equipo definitivo por razones administrativas.

 

| Justin, uno de los hijos de Gustavo |

 


“Si no hubiera descubierto el boxeo, es muy probable que estuviera muerto o preso –sopesa–. O mucho peor: la memoria mía, la de Gustavo Mosquera, hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Antes tenía un pensamiento muy recurrente. ¿Y si me iba de este mundo sin dejar semilla? Me refiero a mis hijos, claro. Hoy tengo seis: cuatro hombres y dos mujeres. Quién se hubiera imaginado que el penúltimo, Justin, ya está dando puñitos. ¿Será que quiere ser boxeador?”.


 

 

La misma pregunta se la hará pensando en los otros muchachos que, como Hanner, lo llaman “papá”. Cuando el grupo empezó a gestarse en 2005, Gustavo encontró el mismo problema que su antiquísima pandilla: faltaba un nombre. Esta vez él no fue quien lo sugirió. En medio de las propuestas, alguien cuya mente cruzó un viejo apodo exclamó: “Llamémonos Box Pantera”.

Desde ese momento en adelante, en el distrito de Aguablanca los conocen de esa forma. Ágiles en el ring y propensos a provocar repetidos nocauts. Y gritan su nombre con orgullo: ¡Box Pantera! ¡Box Pantera! ¡Box Pantera!

 

 

 

 

 


 ZOOM  EN LA VOZ DEL FOTÓGRAFO 
 


- Mientras ves las fotos, escucha la historia de este reportaje gráfico en la voz de su autor Jair F. Coll-


 

Por: JAIR F. COLL

Nació en Cali hace 20 años, ciudad donde se ha formado como reportero gráfico, redactor web delNoticiero 90 Minutos. Es estudiante de octavo semestre de Comunicación Social-Periodismo en la Universidad Autónoma de Occidente.





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Semana Rural. Un producto de Proyectos Semana S.A. financiado con el apoyo de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) a través del programa de Alianzas para la Reconciliación operado en Colombia por ACDI/VOCA. Los contenidos son responsabilidad de Proyectos Semana S.A. y no necesariamente reflejan las opiniones de USAID o del gobierno de Estados Unidos.