¿Cómo recuperar sus raíces después del desplazamiento? Cerca de 20 familias del barrio Nelson Mandela, en Cartagena, encontraron la respuesta en la siembra de plantas medicinales. .
| Mientras llega el tiempo de volver a Flor del Monte, Carmen pasa sus días en una de las labores que más le gustaba de su vida en el campo: sembrar. | Por: SEMANA RURAL
Carmen Alicia Ortega ha sufrido la violencia de varias formas. Una y otra vez ha sido víctima; pero hoy, lejos del odio y el rencor, se dedica a cuidar de las plantas de su huerta —sábila, orégano y hierbabuena— que tiene en el patio de su casa. De esa manera, dice, le hace frente al desplazamiento que la sacó de Flor del Monte, un corregimiento de Ovejas, Sucre, donde nació hace 59 años y del que salió hace más de tres décadas huyéndole al secuestro, las masacres y las muertes selectivas que se apoderaron de la región.
La violencia se metió en su vida desde muy temprano. Cuando tenía apenas dos años, Carmen perdió a su padre en medio de la guerra bipartidista que marcó a la nación.
“Mi mamá me contaba que él nunca votó, pero como era liberal por tradición, lo mataron los conservadores el 16 de agosto de 1960”, cuenta, mientras acomoda una mata que cuelga sobre una cerca de tabla que hace las veces de reja, en la puerta de su casa en Nelson Mandela, un barrio de invasión en el suroccidente de Cartagena.
Sin su padre, aprendió a vivir del campo y, junto a su madre y sus hermanos, se dedicó por años a la siembra de productos de pancoger. Esa estabilidad que había logrado su familia tras superar la partida de su padre flaqueó en los ochenta. En ese entonces, la guerrilla empezó a pasearse por su pueblo. “Ahí yo decidí venirme para Cartagena a trabajar en lo que fuera, para no tener que estar tropezándome con esa gente (los guerrilleros) a cada rato”, cuenta.
Aunque la guerra la hizo buscar otros horizontes en ese entonces, Carmen no considera que ese haya sido un desplazamiento a causa de la violencia.
“Cada vez que quería regresaba a mi pueblo y me quedaba una temporada por allá”.
Fue en los noventa, con la llegada en del paramilitarismo que sus hermanos y su madre debieron huir para no morir de susto o alcanzados por una bala del fuego cruzado entre la guerrilla y los paramilitares.
“Eso sí fue espantoso. Uno escuchaba en las noches cómo sacaban a los vecinos de las casas y se los llevaban porque eran colaboradores de un grupo o de otro, simplemente por uno darles un vaso de agua o prestarles una silla para que se reposaran”, relata la mujer.
En 1994 soplaron vientos de paz en su tierra. El 9 de abril de ese año más de 800 alzados en armas de la Corriente de Renovación Socialista, un brazo del ELN, se desmovilizaron en Flor del Monte.
Ese hecho, cuenta Carmen, puso en el mapa a su pueblo, pero a la vez fue motivo para terminar señalada. “Una vez, estando en Bocagrande, fui a sacar una copia de la cédula y apenas vieron que yo era de allá (de Flor del Monte) me dijeron:
‘No será usted guerrillera, porque en ese pueblo todo el mundo tenía armas’”.
La tranquilidad que volvió a Flor del Monte tras esa desmovilización duró poco. A finales de los 90 los paramilitares sitiaron la zona y en el 2000 toda la familia de Carmen tuvo que abandonar su tierra.
Flor del Monte es vecino de El Salado, un corregimiento de El Carmen de Bolívar, anclado en los Montes de María, que en febrero del 2000 vivió la masacre más sangrienta perpetrada por los paramilitares.
“Ahí (cuando ocurrió la masacre de El Salado) dijimos: ‘nos toca dejar por completo Flor del Monte’ y así fue”.
Cada vez que recuerda ese episodio de la vida de su familia llora, porque, aunque ya no viviera del todo en su tierra, sabía que podía volver cuando quisiera. Desde entonces más nunca ha vuelto a pasar una temporada larga allá y a donde vive, en Mandela, se siente como encerrada, y por más que tenga su casa le hace falta la libertad de su pueblo.
“Yo siempre he dicho que yo tengo el presentimiento de que mi vida va a terminar allá, por eso ahora que nos devolvieron la tierra que era de mi familia no he vendido mi parte”, dice.
Sembrar para resistir
Mientras llega el tiempo de volver a Flor del Monte, Carmen pasa sus días en una de las labores que más le gustaba de su vida en el campo: sembrar. “A mí me hace recordar la vida en mi casa materna. Por eso tú vez que yo por donde paso pido una matica de lo que sea; así sea de flores. Y esto ya es algo más productivo porque son plantas medicinales”, cuenta Carmen Alicia.
Su familia hace parte de un grupo de 24 hogares del barrio que integran la iniciativa ‘Mandela resiste en verde’, que lidera el artista Dayro Carrasquilla. Dayro, quien llegó al barrio en 1997 con su familia, busca convertir la siembra y el cuidado de plantas medicinales en una forma de resistencia y de reconstrucción de la memoria de lo que hacían en los pueblos de donde salieron desplazados por el conflicto armado.
Las huertas hacen parte de un proyecto todavía más grande pensado por Dayro, que lleva por nombre ‘Nelson Mandela territorio de resistencia’. Para él, eso ha hecho su comunidad desde hace más de dos décadas cuando se conformó ese barrio que hoy cuenta con unos 50 mil habitantes, de los cuales el 80 por ciento son víctimas de desplazamiento por el conflicto armado.
Está convencido de que con su iniciativa le devuelve a su comunidad un poco de lo que la ciudad le ha quitado al excluirla. “Es mucho lo que se ha tenido que resistir. Primero, el desplazamiento por el que llegaron muchos; luego la matanza selectiva en medio de la mal llamada ‘limpieza social’ que hacían algunos grupos paramilitares; y finalmente, resistimos esa discriminación permanente en la que vivimos por ser de Mandela”, dice Dayro.
El municipio chocoano despidió el 18 de noviembre pasado a las víctimas de la masacre de 2002. Hoy sus habitantes quieren sanar sus heridas y conviven con algunos excombatientes de las Farc bajo unas reglas claras.