María Dilsa Espinoza no pierde la esperanza de encontrar a Didier, quien fue llevado a la fuerza a las filas de un grupo armado cuando tenía 16 años. Esta es la historia de una incansable búsqueda..
| María Dilsa Espinoza en su casa de Cali. Trabaja en el área de servicio generales de una entidad del Estado. | Por: Mateo Uribe Sáenz
Mientras muchos prenden el televisor y sintonizan el noticiero sin prestarle atención, María Dilsa Espinoza se ha fijado cuidadosamente por años en cada imagen. Espera que su hijo aparezca en pantalla. Un 13 de julio de 2000 le fue arrebatado por las Farc. Le perdió el rastro luego de reclamar ante comandantes guerrilleros y recorrer montañas y ríos. Pero cree que sigue vivo, ya sin el camuflado y el fúsil gracias al proceso de paz.
“Ya no me voy a encontrar con ese niño, con ese joven que crie. Me encontraré con un adulto con otras ideologías. De matar y robar”, dice. Es la gran incógnita que Dilsa tiene cada vez que recuerda el miércoles en el que su hijo fue capturado por unos hombres armados en la vereda El Sábalo, de San Miguel (suroccidente del Putumayo), mientras jugaba billar al mediodía con sus amigos. Tenía 16 años.
La madre de Didier no entendía nada. No podía creer lo sucedió. Él tenía gusto por el dinero, pero vivía para ayudarla económicamente en el pueblo. En San Miguel, por ese entonces, no había agua y energía eléctrica. Tampoco grandes oportunidades de empleo o educación. “¿Qué había hecho mal? ¿Por qué se lo llevaron si era bueno?”, se preguntó.
Todos los días, Dilsa detalla cada imagen de los noticieros en televisión. Espera a que den alguna noticia sobre Didier. / FOTO: MATEO URIBE
Óscar Lin Troches, su padre, recibió la noticia de boca de los clientes que transportaba. Tomó una de las camionetas en las que trabajaba y salió de La Hormiga, otro municipio de Putumayo, con rumbo a El Sábalo. Logró contactar a un miliciano de las Farc que lo citó el domingo siguiente para entregarle información de Didier. Dilsa se levantó temprano ese día. Acompañó a Óscar al compromiso en la vereda donde se vería con el guerrillero, esa misma a la que su hijo fue por un trabajo prometido y resultó reclutado a la fuerza.
Después de charlas con los milicianos, las repuestas no daban indicios del paradero de Didier. Fue un día perdido. La información no servía y la única probabilidad era encontrar al comandante en la cordillera. Durante la semana siguiente no recibieron noticias de Didier. Su madre no dio espera y caminó por todo San Miguel recogiendo 300 firmas con las que pediría la liberación inmediata su hijo.
"¿Ustedes qué hacen por acá?"
- Un miliciano que patrullaba por El Sábalo les pregunto a Óscar y a Dilsa cuando los vio por una carretera rumbo a un punto de encuentro de hombres uniformados y con fusil en el hombro -
"Yo necesito hablar con su comandante. Yo estoy viendo un mundo de gente y no sé si es Ejército, paramilitares o guerrilla".
- Respondió Dilsa -
"¿Y a usted no le da miedo que la maten?"
-
"A mí, con tal de encontrar a mi hijo, no me importa".
La pareja de esposos decidió montarse en una chalupa y recorrer un río hasta el campamento del Frente 48 de las Farc. Los guerrilleros sentaron a Dilsa en una butaca y la apartaron, para que dejara de llorar. Mientras tanto, Óscar platicó con los milicianos. Intentó sensibilizarlos, explicando cuán duro es la pérdida de un hijo. No consiguió que siquiera sintieran pesar. Poco a poco, en medio del llanto, Dilsa tomó la vocería y fue escuchada por quienes no prestaron atención a los lamentos de Didier cuando lo capturaron. “Nena”, “Marica”, eran las palabras con las que lo maltrataban.
Los guerrilleros dieron la orden de dar paso a Dilsa. Alias‘Lucho’, el comandante del Frente 48, la recibió.
-Buenas tardes, mi comandante.
-
-Buenas tardes, compañera. ¿Cómo está?
-
-Pues muy mal, muy mal... Porque yo necesito a mi hijo.
Dilsa y su esposo hablaron con el comandante del Frente 48 para pedirle la liberación de Didier. / FOTO: MATEO URIBE
En ese instante, alias ‘Lucho’ la increpó diciendo que es una madre maltratadora. Ella, con sus cinco hojas atiborradas de firmas y las lágrimas en sus ojos, se desprendió del miedo y la tirsteza. Sabía que debía ser valiente si quería que Didier regresara al hogar junto a sus cuatro hermanos.
“Esas hojas, ¿para qué? Eso no te sirve de nada”, dijo el comandante. “Si en verdad la gente quiere ayudarte, ¿por qué no vienen ellos hasta acá? Todos los que usted tiene ahí en los papeles son comerciantes y ellos nos deben vacunas”.
Después soltó una pregunta:
Y usted, ¿cómo la va con la Policía?
-
A mí no me pregunte ni de Policía, ni de guerrilla. Nosotros somos personas neutras. Mi esposo nos trajo aquí para tener un futuro y mire: qué futuro estoy viendo yo.
- Respondió Dilsa -
-
Para terminar esta conversación, le voy a decir que se prepare en 15 días. Le vamos a tener listo a su hijo para que dialogue con él…
Y otra cosa: siéntase orgullosa de que su hijo haya cogido las armas. Ahora tiene con qué defenderse.
“Un momentico, comandante: yo como madre me sentiría orgullosa de que mi hijo siguiera estudiando, fuese un profesional y le estuviera sirviendo a la comunidad, a la patria. No con el culo en el monte escondiéndose como si fuese un delincuente, un subversivo”.
- Respondió Dilsa -
El llanto continúo, pero las ganas de recuperar a su hijo pudieron más. Por eso no midió la manera en la que le habló al comandante y a los demás guerrilleros. Palabras que le hubiesen costado la vida.
“Ustedes dicen que tienen un ideal, pero ustedes nunca van a obtener un ideal porque no saben para dónde van. Para obtener lo que ustedes quieren les falta mucho, porque salen a hacerle maldad al pueblo y al Gobierno. Yo no he escuchado que ustedes vean gente muriendo de hambre y hayan dicho: vamos a llevarles una remesa. A mí no me digan que me sienta orgullosa de eso”.
“Yo como madre me sentiría orgullosa de que mi hijo siguiera estudiando. No en el monte escondido como un delincuente”, Dilsa. / FOTO: MATEO URIBE
Esa fue la última vez que Dilsa lo vio. El alias que le dieron en las Farc es Nelson. Nunca supo el apellido que acompañaba ese nombre. Así es más difícil encontrarlo. ¿Muchos Nelson participaron en el conflicto? Cuando ella escuchaba noticias sobre combates o bombardeos de la guerrilla, prestaba atención a que los locutores o presentares dijeran Nelson. Alias Nelson. Eran momentos de incertidumbre.
Actualmente Dilsa vive en Cali desde 2005. La mala calidad de vida en San Miguel y las amenazas de las Farc contra contras sus otros hijos por insistir en la liberación de Didier la obligaron a huir hacia la capital del Valle del Cauca. Acción Social la ayudó con una vivienda, comida y algunos enceres. El programa de reparación a víctimas le dijo que podría recibir una indemnización tras el fin del conflicto si su hijo está muerto, pero ella cree sigue vivo.
Una cuñada le comentó que había visto a Didier en el Huila en noviembre de 2014. Le aseguró que estaba bien de salud. Incluso, que le enviaba saludos. Él ya tenía 30 años. Ella lloró de la emoción al recibir esa noticia. Aunque quería verlo, quería abrazarlo. Sentirlo.
Dilsa entró a trabajar en el área de servicios generales de una entidad gubernamental. No deja de mirar las noticias, por si ve a Nelson (o a Didier) vivo o muerto. Su hijo no encontrará a la familia que conocía antes del reclutamiento. Su padre y una hermana ya no están para recibirlo.
Pese a la esperanza que Dilsa siente por volver a ver a su hijo luego de proceso de paz con las Farc, la inquieta saber quién es Didier hoy. Ya no es un chico de 16 años, sino un hombre de 33 años a quien la guerra probablemente lo privó de vivir una adolescencia plena y lo obligó a tener una juventud complicada. Ella no sabe con qué se encontrará. Ese es su miedo más grande.
Los habitantes de varios municipios viven un toque de queda impuesto por grupos armados. Ni siquiera los enfermos pueden pasar la frontera. Hoy claman la presencia del Estado.