Tolima vivió su festival Chaparral Quiere Rock. Después de años de violencia, conflicto armado y estigmatización, los chaparralunos comienzan a abrirles las puertas a nuevas expresiones musicales y artísticas. La otrora cuna de las Farc cambió las balas por las guitarras .
| Fabián Castro, vocalista de la agrupación Dafne Marahuntha, cerró el Festival Chaparral Quiere Rock entre gritos y aplausos de sus seguidores. | Por: William Rincón
Entre los gritos de la multitud, las guitarras distorsionadas y las voces guturales, los chaparralunos le dieron la bienvenida a la octava versión del festival Chaparral Quiere Rock.
Como una mancha negra, los rockeros y metaleros llenaron la Casa de la Cultura, el Coliseo Pijao de Oro y la Sede Social y Deportiva del municipio para poguear al ritmo de Sanctuarium, Alma inmortal, Socavón, Sonido morse, Zevixia y Dafne Marahuntha, entre otros.
Una vez más, las montañas tolimenses, acostumbradas a los bambucos y sanjuaneros de los radios de los recolectores de café, le hicieron eco al metal, al rock, al punk y a los demás sonidos que venían del valle.
Pero no siempre fue así.
La agrupación Alma inmortal, de Pereira, celebró a través de sus canciones el legado ancestral de las comunidades indígenas del eje cafetero. ©William Rincón.
Chaparral, una de las cunas de las Farc y de otras guerrillas en el sur de Colombia, vivió la estigmatización y la violencia de varios miembros de grupos armados ilegales que consideraban que esa música era un “legado del imperialismo norteamericano” y una muestra de rebeldía frente al orden que querían imponer en Tolima.
El pelo largo, las uñas negras, los pantalones ajustados y camisetas desaliñadas los hizo demasiado visibles en un momento en que nadie quería sobresalir; en un periodo en que nadie quería que la guerrilla supiera de su existencia.
Que los conocieran en la región, convirtió a muchos de estos jóvenes en blancos militares en los años más duros del conflicto armado en Colombia. Por eso, durante casi toda la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, el rock se escuchaba a escondidas, de manera marginal en algún lugar que un pequeño grupo destinaba para cantarlo y sobrepasar el ojo censor de los milicianos de las Farc.
Gerson Sanabria Gómez, nacido en Palermo, un municipio de Huila que limita con Tolima, les contó a los periodistas de la Radio Nacional de Colombia que, cuando era un adolescente, le tocó ocultar sus gustos musicales para sobrevivir en el campo.
“Usted temía por todo cuando era seguidor del rock en el campo. A mí me abordaron varias veces en diferentes lugares y me dijeron ´no quiero verlo con esas mechas largas... o se las corto a machete´; y era cumplir o había problemas”, les explicó.
Sonido Morse, una banda de rock alternativo nacida en Bogotá, fue una de las que más animó al público. © William Rincón.
Con el tiempo, los combates se hicieron menos frecuentes y las amenazas disminuyeron. Sin embargo, el miedo quedó indeleblemente marcado entre los chaparralunos y, con él, permaneció la estigmatización hacia cualquier persona que no encajara en el prototipo de campesino que los años de violencia construyó.
De hecho, William Rincón, fundador del festival y presidente de la asociación Asmucharock, recuerda (ahora entre risas, pero antes con rabia) que uno de los sacerdotes del municipio esparció agua bendita en la plaza, “maldijo a los metaleros” e inició una campaña de desprestigio en 2011 contra el Chaparral Quiere Rock. “A él se unieron muchas personas que nos consideraban satánicos, drogadictos, vándalos. Por mucho tiempo, representamos a lo peor de la sociedad”, asegura Rincón.
Aunque afirma que las cosas han cambiado notablemente desde ese primer evento, dice que todavía es difícil salirse del molde y que a muchos les cuesta encontrar arte en esta música.
Te puede interesar:
De la guerra al olvido, la paz frustrada en las montañas del Tolima
Por esa razón, William insiste en que él no le apunta a los que ya están convencidos, a los que disfrutan de los géneros alternativos y a los que no le temen a la diversidad, sino precisamente “a quienes más palo nos han dado, a quienes más nos han criticado. Yo quiero que la gente de Chaparral deje de pensar que ser rockero es de malas personas. Somos todo lo contrario. Somos paz en un municipio marcado por la violencia”.
Eduar Aguiar, cofundador del festival, piensa lo mismo.
Aguiar le contó a Semana Rural que la música ha ayudado de tantas maneras a consolidar la paz en la región que, incluso durante una de las primeras versiones del Festival, un grupo de rock conformado por bachilleres de la Policía en Chaparral se presentó con un proyecto que se llamaba Green Sould.
Al poco tiempo “supimos también de varios desmovilizados de la guerrilla que estaban haciendo metal, rap, hip hop y otros géneros y que se estaban presentando en varias tarimas del país”.
Miembros de la Asociación Asmucharock acompañados por "El Tigre" de Dafne Marahuntha, Fabián Castro, en 2019. ©William Rincón.
El rock, de alguna u otra manera, permitió que personas que solo se encontraban en la guerra se enfrentaran ahora a través de la música, de las letras y no de la violencia. Y, con ello, que reconocieran lo que los hacía semejantes y no lo que los apartó por tantos años de sangre derramada en las colinas del Tolima.
Tanto William como Eduar dicen estar convencidos de que los acuerdos de paz fueron un paso fundamental en el cambio de mentalidad de las personas de Chaparral. “Les permitieron decir cosas que antes no podían decir, vestirse de maneras que antes no podían hacer y cantar canciones que siempre quisieron cantar pero que por miedo o vergüenza guardaron durante años”.
No obstante, los pasos para llegar a lo que son hoy y convocar bandas nacionales han sido lentos e intermitentes. Todavía son frecuentes las malas miradas, los comentarios y protestas contra el festival. Pero su lucha ya no es contra los grupos insurgentes o la estigmatización social, sino contra la falta de compromiso de las administraciones locales con un festival que se ha convertido en el segundo mejor del Tolima dentro de su género y en un evento fundamental para las familias de Chaparral.
De acuerdo con los testimonios de Eduar y William, la administración municipal del 2011 aportó económicamente a la realización del festival. Y, gracias a eso, pudieron ofrecer una programación que contenía teatro y poesía el primer día y rock el segundo. Sin embargo, los nuevos alcaldes, según ellos de mentalidad más conservadora, fueron cada vez menos constantes en los aportes, hasta dejarlos casi solos con la realización del evento que, después de su primera versión, solo pudo sostener un día de música.
Ahora la Asociación está buscando que el Concejo de Chaparral, por medio de un acuerdo municipal, reconozca al festival como un evento cultural de importancia local y regional para la juventud. De lograrlo, recibirían financiación pública, un nuevo estatus jurídico y la certeza de que tendrían Chaparral Quiere Rock por muchos años más.
Pero saben que el camino será pedregoso hasta llegar a eso y que tendrán que seguir ganándose un lugar en el corazón de los chaparralunos, para recibir apoyo a la hora de dar esas batallas.
La temperatura fue aumentando a medida de que pasaron las horas. Para el último show, los participantes estaban bañados en sudor. ©William Rincón.
De ahí que hayan buscado una manera para encontrarse con las familias que más difícilmente asistirían al festival.
Cada año, un grupo de “desgreñados, mechudos, vestidos de negro”, como ellos mismos dijeron, les lleva cientos de regalos a los niños de los barrios de más escasos recursos de Chaparral y les cuenta a sus familias que esas donaciones provienen de los asistentes al Quiere Rock. Y con eso, a pesar del rechazo inicial, van entablando conversaciones con los abuelos, padres, tíos, hermanos y demás personas que al comienzo se resisten a creer en que un rockero pueda estar interesado, entre otras, en las obras sociales.
Chaparral, tierra de tres expresidentes, de uno de los mejores cafés del país, de gente cálida y amable, fue también la tierra de las peores matanzas entre conservadores y liberales a principios del siglo XX y la tierra que años después vio crecer a las Farc.
Solo en un lugar con tantos contrastes e historia podría verse a campesinos, de camisa abierta y sombrero, poguear al ritmo de un metal y cantar, ya sin miedo a la guerra, entre voces guturales y riffs de guitarra. El rock, ayer y hoy, fue su forma de resistencia ante la adversidad.
Este jueves vence el plazo para que los desmovilizados de las Farc entreguen los recursos para resarcir a los afectados del conflicto armado