Virgelina Chará es una lideresa caucana activista por la paz. Hoy, con la Unión de Costureros, cose sin cansancio para cubrir el Palacio de Justicia con un telar que hace una exigencia por la verdad y la memoria completa del conflicto armado. .
| Virgelina cose en la Casa de la Trocha, durante las 75 horas de tejido, en las que en 4 puntos de Bogotá, cientos de personas dejaron plasmado en la tela su llamado por la paz | Por: ©Mateo Medina Abad
A su alrededor hay un grupo de 20 personas que la mira con atención. Sus manos firmes agarran una aguja y con delicadeza la introduce en una tela color verde. El salón pasa a estar en silencio. Hay solemnidad en cada puntada, casi como si pullara el dolor del pasado con la aguja, mientras construye el presente con cada hilo. Cada vez que teje, Virgelina sana.
Tiene 66 años, pero no tiene un asomo de cansancio en su cuerpo. Cada día de su vida, desde que fue desplazada de su casa en Suárez (Cauca), se ha dedicado a ser una defensora de los Derechos Humanos. Una lideresa hecha a pulso. “Tu naces siendo líder, es algo que llevas en la sangre”, dice con convicción.
Su voz, fuerte y profunda, dice con la certeza de quien no ve otra opción que la paz es posible y que debe ser construida desde la base. Por eso cada lunes, martes y jueves va al Centro de Memoria, Paz y Reconciliación (CMPR) en Bogotá para tejer y acompañar a cientos de personas en su proceso de sanar a través del hilo y la aguja.
Cientos de personas cosen cada semana al lado de Virgelina y la acompañan en su llamado por la verdad.
©Mateo Medina Abad
Virgelina lidera la Unión de Costureros, un grupo de mujeres que desde el 2010 tiene un objetivo claro: arropar el Palacio de Justicia. Quieren hacer un llamado por la memoria, la paz y la verdad de las víctimas del conflicto. Un llamado que Virgelina ha hecho desde que la vida la obligó a sacar a la lideresa que llevaba dentro, cuando el proyecto del Embalse de la Salvajina la sacó de sus tierras en 1980.
Ese fue su primer desplazamiento, aunque en ese momento no se llamaba así. Obligada llegó a Cali en 1985, a la comuna popular de Aguablanca. Allí, casi de manera natural, también empezó a liderar procesos sociales con la comunidad. Virgelina nunca ha sido ajena a pararse frente al poder y cuestionarlo.
En 1987, nuevamente tuvo que huir. Fue señalada de ser guerrillera, capturada por la fiscalía y entonces volvió a Cauca, esta vez al sur del departamento. Otra vez tuvo la vida en el campo que extrañó mientras estuvo lejos de Suárez. Pero la zozobra de la violencia la desplazó nuevamente. Tomó todo lo que tenía, se recargó de fuerzas y con sus siete hijos llegó a Bogotá en 2003.
Desde que estaba en el colegio, Virgelina aprendió a coser. Varios años después los tejidos salvarían su vida.
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Nunca le arrebataron su voz. En la fría capital, fundó Asomujer y Trabajo, una fundación dedicada a atender a mujeres víctimas del desplazamiento forzado, familiares de víctimas de desaparición y mujeres que se vieron obligadas a ejercer la prostitución en el marco del conflicto. Allí, y sin esperarlo, también se reencontró con el Pacífico: empezó a cocinar aborrajados y dulces que vendía como sustento para su familia.
La costura llegó de manera casi natural. Lo ha hecho desde pequeña y en Bogotá vivió durante varios años de ser costurera. Pero cuando llegó al Costurero de la Memoria, una iniciativa formada por el CMPR, se dio cuenta de que el hilo y la aguja que la habían acompañado toda su vida también servían para soltar el pasado.
De la mano de 40 víctimas, empezaron a narrar el conflicto con sus hilos. Pero para Virgelina tejer se convirtió en más que solo un acto de sanación y de memoria; se convirtió en un acto de lucha y resistencia, en algo que no podía ser solo de las víctimas sino que debía ser de todos los ciudadanos. Fruto del Costurero de la Memoria, se forjaron varias asociaciones y Virgelina empezó a liderar la Unión de Costureros.
Virgelina cree con la convicción de quien ha trabajado durante toda su vida por la paz, que la única forma en la que se puede llegar a la paz es con derechos y equidad.
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Desde entonces, dice, dejó de sentirse solo cómo una víctima. “Cuando se cose, se está haciendo una terapia, se está luchando. Pero yo no me puedo quedar siempre en mi historia. Yo no puedo contar lo que he vivido una y otra vez. Lo importante es que las personas vengan a coser y suelten las violencias que viven. Que vengan a alzar su voz frente a la guerra. En Colombia todos hemos sufrido el conflicto”, dice.
En la Unión de Costureros no solo tienen espacio las víctimas. Centenares de personas han llegado al CMPR solo para coser a su lado. “Hay gente con cáncer, que sale de su quimio y viene acá. La tela tiene un poder sanador, pero también es una forma de mostrar nuestro inconformismo con lo que pasa en el país, de ser parte de algo más grande”, cuenta Virgelina.
Tejer la ayudó a descubrir que su propia historia de dolor sobrepasa lo individual. Que era necesario formar memoria colectiva a partir de su vida y los relatos de las otras integrantes del costurero, pero que así mismo era clave que cualquier persona pudiese ir a coser y dejar una consigna por la paz. Virgelina entendió que para sanar y para construir un país en paz, debía nutrirse del otro, de sus memorias, sus sueños y su dolor.
Este retazo fue hecho por un estudiante en la Casa de la Trocha durante las 75 horas de tejido.
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A pesar de que no le gusta hablar de su vida y su experiencia en el conflicto, Virgelina tiene claro el poder detrás de su voz y de las personas que van a cocer el país con ella, retazo a retazo. “Con el sol y la luna los acompañaremos en la búsqueda de la verdad”, lee uno de los mensajes que se ven en la tela en la que ha trabajado por varios días.
Tantas personas han pasado por su mesa que es difícil recordarlas a todas. Cada uno la recarga de energía para seguir luchando por su sueño de cubrir el Palacio de Justicia para exigir la verdad de todos los actores del conflicto. Los años la han hecho entender que no hay nada que no pueda hacer: no la han frenado las amenazas, no la ha frenado el miedo.
“En el momento en el que llegué a Bogotá me di cuenta de que todavía me quedaba mucho por defender. Cuando tú lo sientes en la sangre no hay nada que te pare. Claro, las amenazas te frenan un poco, te desestabilizan, pero yo todavía tengo mucho por lo que luchar”, dice Virgelina mientras la intensidad de su voz se eleva.
En cada telar hay una historia del conflicto y un llamado por la verdad.
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Cuando empezó a liderar, recuerda, era escuchada por unos pocos. Pero con el paso de los años las comunidades en el país se han apropiado aún más de sus luchas y las voces de los líderes sociales han empezado a ganar un peso especial. Para Virgelina, en la actualidad se habla más de la violencia porque hay personas que se han atrevido a denunciar.
Hoy sus manos tejen con delicadeza una Colombia que ella ve rota; que le debe la verdad a las víctimas y a la sociedad. Virgelina vuelve a introducir la aguja. Lento, pone una mano color amarillo en la tela, que borda con cuidado. En el centro se ve el rostro de un desaparecido. Su hija le trajo a Virgelina una foto que usaron para que hiciera parte de la historia puesta en la tela. Como ese rostro hay cientos, retratados en miles de tejidos con los que en el 2022 cubrirán el Palacio de Justicia y alzarán su voz por la verdad.
Como dice la letra de la canción que Virgelina compuso cuando llegó a Bogotá: “Trabajemos por la paz, derechos y la verdad. Secretos que hay escondidos, ¿cuándo los revelarán? Nos dicen que nos sanemos, también que nos perdonemos. ¿Cómo voy a perdonar si no sé la verdad? La verdad la necesito y así me puedo sanar”.
©Mateo Medina Abad
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