En Guaviare, los seminternados eran la alternativa para los niños que viven a distancias gigantescas del colegio. Ahora, por la pandemia, intentan seguir con las clases sin alimentación escolar y casi sin computadores ni internet. "Solo hay dos niños con WhatsApp en todo el colegio", dice un rector. .
| Aunque expertos concuerdan en que la educación en los internados no es de la mejor calidad, creen que es la mejor opción para alejar a los niños de la violencia | Por: Jonnathan Sarmiento
La jornada de Karen Chagres, una estudiante de 15 años, iniciaba a las cinco y media de la mañana. Tendía su cama, se bañaba y se ponía su uniforme: una falda azul a cuadros, zapatos negros de amarrar, medias hasta la rodilla y camisa blanca de manga corta. Lo siguiente era pasar a desayunar. Por lo general comía algún pescado cocido, con arepa de maíz y chocolate.
A las siete de la mañana iniciaba sus clases que se extendían hasta el mediodía: la hora para un receso de juegos y almuerzo. Hacia las cuatro de la tarde finalizaba sus actividades escolares y dedicaba un tiempo a lavar su ropa y organizar lo necesario para el día siguiente.
Esa rutina parecería ser la de cualquier estudiante en el resto del país, pero no. Ella vivía en el colegio, y con eso les hacía el quite a las más de ocho horas diarias que le tomaría, en moto o canoa, ir y venir desde su casa.
La dificultad para estudiar no solo tenía que ver con las distancias, también con las condiciones de las vías terciarias, que por falta de pavimentación aumentaban el tiempo de traslado. Cuando llovía mucho, el transporte fluvial se convertía en la mejor opción. En una canoa se pueden transportar entre 15 y 20 personas que recorren hasta seis horas desde San José del Guaviare, la capital del departamento.
Los estudiantes son en su mayoría de la etnia indígena Sikuani, pero también hay afrodescendientes y “colonos” ©Jonnathan Sarmiento
La rutina de Karen era la misma de otras 64 niños que, debido a las largas distancias, habían optado por estudiar y vivir en la Institución Educativa El Edén. Según datos del Sistema Integrado de Matrícula (SIMAT), este tipo de instituciones, denominadas en Colombia residencias escolares, han beneficiado desde el 2015 a más de 132 mil estudiantes en todo el país y han recibido una inversión que supera los 179 mil millones de pesos.
Hoy, debido a la cuarentena, ni Karen ni sus compañeros tienen que hacer estos traslados cada semana, pero tampoco reciben los beneficios de la educación presencial o la alimentación. Armando Gutiérrez, director del Centro Educativo, explica el que parece ser el peor de los males: "El contrato del Plan de Alimentación Escolar (PAE) estipula que el beneficio es para estudiantes internos, es decir, para quienes viven y residen en la escuela. Como ya no están en el colegio, no tienen derecho", explica Gutiérrez. "Yo he venido haciendo la gestión para que pronto pueda cambiarse el contrato por uno que se ajuste a las condiciones actuales", agrega. Esa situación se repite. En el país funcionan 555 sedes como residencias escolares y están ubicadas en 23 departamentos, incluidos todos los de las regiones Amazonía y Orinoquía.
En el caso de Karen, sus padres son docentes de la Institución, por lo que compartía a diario con ellos. Sin embargo, el resto de estudiantes veían a sus seres queridos cada fin de semana o cada quince días, cuando era obligatorio que todos fueran a sus casas.
De izquierda a derecha Karen Chagres y Nicole Troncoso estudiantes de grado noveno . Karen sueña con ser psicóloga y Nicole con ser veterinaria, ambas esperán terminar su bachillertao en San José del Guaviare. © Jonnathan Sarmiento
La Institución Educativa El Edén es mixta y solo cuenta con servicios de educación preescolar y básica. La primaria funciona bajo el modelo pedagógico Escuela Nueva, que quiere decir que un solo salón está dividido en varios grupos dependiendo de las edades de los niños. Por esto en un aula confluyen estudiantes desde preescolar hasta quinto de primaria. La razón: hay muy pocos estudiantes en cada grado.
En secundaria funciona de manera similar, bajo el modelo Post Primaria, que permite que los jóvenes del sector rural tengan programas pertinentes a su contexto. La educación media sigue siendo el gran vacío por llenar, como dice Nicole, otra de las estudiantes: “De doce compañeros que se graduaron el año pasado del grado noveno, solo dos continuaron el bachillerato en San José del Guaviare; el resto dejó de estudiar”.
En la institución trabajan cuatro docentes. Cada uno dicta varias materias que van desde ciencias sociales y matemáticas hasta español y artes. En medio de la pandemia ellos han continuado con sus labores mediante el diseño de cuadernillos que refuerzan las competencias básicas de los jóvenes. "Hemos preferido reforzar las bases y no enseñar muchos conceptos nuevos porque la distancia dificulta mucho la enseñanza", explica el director de la entidad educativa. Los estudiantes son en su mayoría de la etnia indígena Sikuani, pero también hay afrodescendientes y “colonos”, el término que se usa en la región para hablar de las personas que llegaron de otras partes del país en las últimas décadas.
En el lugar, una señora se encargaba de la cocina y el aseo. Pero no lo hacía sola, cuando finalizaba la jornada escolar, toda la comunidad realizaba distintas labores para contribuir con la limpieza y el orden. Era contratada por el Ministerio de Educación y desde que se decretó la cuarentena no ha vuelto. La escuela se encuentra vacía.
Según datos del Dane, de las 279 sedes educativas con que cuenta Guaviare, 250 se encuentran en las zonas rurales. Como el territorio es en su mayoría selvático y las distancias son tan largas, los internados se han convertido en una solución para la educación de los niños. De hecho, el departamento tiene 47 instituciones que funcionan como internados o seminternados, y atienden en total a 3.910 estudiantes. Sin embargo, con la cuarentena, los niños han tenido que quedarse en sus casas y pasar de estudiar ocho horas a estudiar tres. Gutiérrez explica que las distancias y las dificultades para mantener la relación con los niños y jóvenes es la gran talanquera.
En el país funcionan 555 sedes como residencias escolares y están ubicadas en 23 departamentos, incluidos todos los de las regiones Amazonía y Orinoquía. ©Tannia Ardila
En eso tiene que ver también la conectividad. En el caso del Centro Educativo El Edén, una de las necesidades es la falta de computadores. Aunque en la región ya existen redes wifi instaladas por Naciones Unidas (ONU), esta herramienta sigue siendo precaria y no es suficiente para suplir las necesidades de aprendizaje que tienen los estudiantes, afirma Chagres.
"Antes, los estudiantes ccontaban con el conocimiento de sus profesores, pero ahora el confinamiento los dejó sin eso también", agrega. En ese sentido, la escuela optó por dividir los contenidos y tareas en periodos de 15 días. Es decir, que los cuadernillos están diseñados para ser hechos en ese periodo de tiempo. De este modo se reducen los desplazamientos para llevar y recoger el material.
En cuanto a la logística de entregas, se ha preferido que los padres y los docentes se reunan en la escuela cuando acaban los 15 días. Bajo los protocolos de seguridad y en reuniones que duran de 10 a 15 minutos, se intercambia el material escolar resuelto con el nuevo y se dan algunas pautas o recomendaciones de ser necesario. Y algunas veces, cuando los profesores se cruzan en sus recorridos con la casa de algún estudiante dejan el material para evitar que los padres tengan que trasladarse.
Una llamada pérdida o un escueto mensaje de texto es la señal para ir al deber. Cuando los estudiantes no entienden un tema o la manera de realizar una actividad se van a la primera página de los cuadernillos y marcan el número del profe. Como solo dos estudiantes tienen WhatsApp y los minutos se acaban rápido, los padres y jóvenes solo envian un corto saludo o mensaje, los docentes de inmediato devuelven la llamada.
Para esto, todos los profesores acordaron aprovechar las rebajas en los paquetes de algunos operadores y comprar minutos ilimitados que duran un mes o veinte días para de este modo orientar a sus estudiantes en lo que dura la cuarentena.
Y aunque la educación se ha visto afectada, en lo que respècta a las condiciones sanitarias la situación en las casas no es diferente a las del colegio. En el Edén, los servicios básicos son precarios. El agua, en tiempos de normalidad, debe ser recolectada de un pozo perforado del que se bombea con un motor. “Algunos filtros pequeños han llegado, pero no son suficientes para tener agua potable. En un mes esperamos que llegue uno más grande que funcione solo en el comedor para alistarnos para cuando el colegio abra nuevamente las puertas”, cuenta Gutiérrez. En cuanto al alcantarillado, todo es manejado con pozos sépticos industriales que los técnicos de la ONU han ayudado a construir. El manejo de las basuras seguirá como antes: por cuenta de los mismo estudiantes y docentes, que tienen proyectos de compostaje.
Los docentes y estudiantes realizan artesanias con materiales como fique y llantas recicladas © Tannia Ardila
Respecto al nivel educativo de la institución, los resultados de las Pruebas Saber 2017 demuestran que el nivel académico de los grados tercero y quinto supera al promedio nacional en todas las áreas. Solo en el grado noveno tuvieron un desempeño inferior al promedio nacional en el componente de lenguaje: la institución obtuvo 289 frente a los 314 de Colombia. Por el momento el Gobierno solo se ha referido a las pruebas saber 11 y las TyT, por lo que no se sabe si se van a realizar las Pruebas para grado tercero, quinto y noveno y bajo qué condiciones.
Héctor Pérez, sociólogo y magíster en Evaluación y Aseguramiento de la Calidad de la Educación, aseguró que el caso de El Edén no es similar al de la mayoría de los internados en el país, que tienen resultados en pruebas estandarizadas significativamente más bajos que la media nacional y unas condiciones de funcionamiento que no siempre son las mejores. Para Pérez, estas instituciones deben tener un abordaje diferente por parte del Gobierno nacional, en tanto no solo se garantiza el derecho a la educación, sino también a la salud y la vivienda.
Esto lo confirmó María Fernanda Cruz, quien ha trabajado por doce años en internados en Putumayo y Chocó. “Además de los problemas de acceso y de la falta de servicios básicos, cada vez es más necesario actualizar a los docentes en sus habilidades pedagógicas y psicosociales, que no es nada sencillo, pues tanto docentes como alumnos han sido víctimas de la violencia”, asevera Cruz. Para ella, aunque los internados no son los mejores entornos para estudiar, son la única opción que tienen los jóvenes en estas zonas apartadas. “Es eso o ingresar a grupos armados o trabajar en los cultivos de coca”, concluye.
Hasta el momento en El Edén no se han presentado casos de reclutamiento forzado en los menores y los docentes y padres han podido circular traquilamente para llevar y traer el material escolar. Sin embargo Gutiérrez es consciente de que en otras veredas sí se han tenido problemas, por ejemplo, para el ingreso de ayudas por cuenta de la emergencia. Él y los padres consideran más seguro que los estudiantes sigan en sus casas, por lo que aun no se sabe cuando volverán a internarse.
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