SEMANA RURAL publica la serie ganadora del Premio Nacional de Fotografía: un trabajo inédito donde se evidencia la tensión entre la vida que llegaba del campo a Bogotá y los bogotanos de la época..
| Niños aprendices | Por: Viki Ospina
Alguna vez Leonard Cohen escribió “hay una grieta en todo, sólo así entra la luz”. La frase bien podría ser una metáfora a la medida sobre lo que significa la fotografía para Viki Ospina. Impresionada siempre por el milagro que forma líneas rectas, sombras que existen cuando algo se atraviesa en su camino, la fotógrafa ha viajado una vida, más bien un solo viaje con muchas escalas, donde lo más importante siempre ha sido la luz.
En un mundo donde la luz ya no es tan importante para la fotografía, sino que la preocupación radica en qué tan trasgresor puede ser el concepto, o qué tan fuerte son las escenas, las poses y las miradas, la forma en la que esta fotógrafa captura la vida ha despertado un interés que influirá sobre las generaciones venideras de fotógrafos colombianos.
Familia campesina y Espinaca por plata © Viki Ospina
Con la pantalla del computador alumbrando su rostro, que no aparenta los 71 años que tiene, Ospina vio, sin sorprenderse, un nuevo correo que había llegado. Antes de abrirlo pensó que solo era un formalismo donde le informarían quién sería el nuevo Premio Nacional de Fotografía. Venía firmado por el Ministerio de Cultura.
A muchos artistas les pasa que la convocatoria a la que menos fe le tienen es la que se ganan. Y así pasó con Viki Ospina que es la merecedora de este reconocimiento del año 2019.
Risas y papas. © Viki Ospina
Un clic de 50 años
Lo más sorprendente es que ganó con unas fotos que tomó a sus 20 años. Se titulan Plaza de La Concordía, una aproximación documental que ha bautizado como su primer proyecto personal, antes de iniciar su carrera como reportera gráfica y sus viajes por Colombia y el mundo.
En Vendedora de mazorcas, la imagen que abre la serie y la favorita de la fotógrafa, aparece una mujer con dos espigas, que sostiene en una sola mano y con un gesto de timidez en su boca, sobre un rostro premeditado ante la cámara. Todo congelado durante el disparo. Llama la atención el niño que sale sobre la espalda de la vendedora, que no alcanza a estirar los dedos de su mano antes de que la película sea gastada.
Vendedora de mazorcas © Viki Ospina
Viki y su amor de entonces, Sebastián Ospina (de donde viene su apellido como fotógrafa porque su nombre de pila es María Victoria Villalba Stewart), llevaban seis meses viviendo en el barrio La Candelaria.“Dije: ‘voy a hacer un trabajo sobre La Concordia y que muestre todo el proceso del trabajo’. Con Sebastián nos fuimos al pico 4, donde desembarcaban con los productos”. La revolución hippie había explotado en Colombia y ambos, de un amor intenso pero sin cadenas, vivían juntos con un perro que al principio se llamaba Mario y luego le cambiaron a Mao.
Para 1970 la mayoría de plazas de mercado en Colombia tenían lugar en la calle. El espacio público, donde confluye la relación de las clases sociales, se convierte en las imágenes de la fotógrafa en el escenario donde vidas de dos mundos se encontraban.
“Es un proceso de retroacción que, a partir de su revisión de archivo, resignifica las tensiones entre la vida urbana y la vida rural en una ciudad como Bogotá que están vivas en la memoria colectiva. Así mismo, exaltan la intensidad y calidad de su trabajo como retratista”, conceptuó el jurado.
Arriba: Inicio de la jornada 5 a.m. , Desgranando y Niña campesina. Abajo: Plaza de Mercado La Concordia, El Observador y Guacal por corral © Viki Ospina
Viki, que cuando se casó con Sebastián era “de Ospina” pero ella siempre ha dicho que no es de nadie sino de la vida, empacó junto con su esposo un morral donde había una muda –la segunda era la que llevaban puesta– y una botella de miel, naranjas y pan integral.
El segundo morral estaba lleno de fotografías que entregaban a cambio de hospedaje y comida, y hasta los sacaron de problemas, como cuando la Policía los detuvo y les pidió sus papeles de identificación. Ellos, sintiéndose ciudadanos del mundo que no necesitaban demostrar nada, terminaron en la cárcel. La salida de allí, quién lo creyera, fue una foto de Belisario Betancur, movida y de perfil, donde se le ve hablándole a la gente en la media torta. El carcelero, fan del político y futuro presidente, los dejó libres a cambio de la foto.
En ese morral, asegura Viki, iban también las fotografías de la Plaza de La Concordia.
Con Bogotá de fondo y Cachaco © Viki Ospina
De pelo corto, con la nariz puntiaguda, la sonrisa que todavía mantiene y que parece imborrable, y una voz de timbre agudo revelan a una Viki Ospina tan jovial como ansiosa por descubrir más el mundo que cabe en las fotos.
Stieglitz afirmaba que la realidad podía llegar a ser tan sutil en la fotografía que incluso superaría a la realidad misma, que una buena fotografía se obtenía si se sabe donde toca pararse y que uno de los poderes más interesantes de congelar tiempo y espacio radica en la intención del fotógrafo por hacer que el espectador sienta lo que se experimentó al momento de hacer clic.
En la fotografía Niño Buda los ojos cerrados del bebé, su boca caricaturesca de tristeza y enmarcada por las manos de una mujer que mira hacia el objetivo dibujan una escena que obliga a recorrer la foto de una forma extraña. El segundo niño, disfrutando el momento, encierra en la dicotomía de la tristeza y la alegría, como máscaras, la misma máscara que el humano adopta cuando se tiene noción de la cámara.
Niño Buda y Vendedora de canastos Viki Ospina
Viki dice que ama cuando la vida florece justo cuando se obtura. El paso de los dos niños corriendo en Vendedora de canastos podrían romper con la armonía de la pose de la campesina que se sienta en el suelo a esperar compradores. Pero no, más bien, los dos muchachos llevan a pensar en la relación entre la mujer que proviene de una zona rural junto con aquellos que crecieron en la urbe mutante.
Desde hace 17 años Viki Ospina es profesora de Fotografía I en la Universidad de los Andes, inevitablemente siempre toca el tema, porque no concibe el aprendizaje del arte al que le ha dedicado toda una vida si no se comienza por una educación análoga. “Es el milagro de la luz”, dice.
Abrirá las cajas con sus negativos TriX que tomó con su Canon F1, su plan luego será comprar papel de fibra y encerrarse en su cuarto oscuro para hacer las ampliaciones. Y que la luz haga lo suyo.
Viki Ospina a sus 20 años conversando con una mujer que conoció en Ráquira, siempre que vuelve se queda en la posada que tiene actualmente esta señora. © Viki Ospina
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