November 12 de 2019

La hoja de coca: ¿del narcotráfico al ‘boom’ legal?

Por: David Restrepo

El estado colombiano lleva décadas tratando de eliminar los cultivos ilícitos, pero, como evidenció la UNODC en agosto de este año, la extensión del cultivo de coca continúa cerca de sus máximos históricos. Las 169,000 hectáreas cultivadas en el 2018 ubican a la coca entre los 10 cultivos no-transitorios más grandes del país, según el censo nacional agrícola. 

Esto significa que los billones de impuestos gastados en erradicación y glifosato, la degradación ambiental en zonas de mega-biodiversidad, y la pérdida de incontables vidas, no han bastado para reprimir ni el cultivo de coca ni el narcotráfico que lo alimenta.

En este contexto, investigadores de la Universidad de los Andes y el Instituto Leibniz de Alemania nos hemos unido a las voces académicas y de la sociedad civil que llevan décadas proponiendo un cambio de estrategia frente a la coca. 

El pasado 21 de octubre publicamos una revisión del estado del conocimiento en la revista científica suiza Molecules donde exponemos la evidencia disponible sobre los muchos usos productivos y benéficos que ofrecen la coca y sus parientes botánicos. En el documento (disponible pronto en español) sugerimos que el camino hacia este cambio de estrategia es la investigación e innovación de los usos de la coca en asocio con las mismas comunidades cultivadoras e indígenas: las que más han sufrido los flagelos del narcotráfico y la política de drogas.

La evidencia científica disponible plantea claras posibilidades de reorientar los cultivos hacia usos lícitos y productivos. Colombia y sus vecinos cocaleros, Perú y Bolivia, tienen una oportunidad para transformar la coca en una vía de desarrollo sostenible lícito e incluso recanalizar parte de la creciente demanda de cocaína, ayudándonos a atajar el narcotráfico desde la raíz. 


 


Le puede interesar: Cacao en vez de coca


 

Una larga historia de usos productivos

 

La evidencia arqueológica nos muestra que el uso provechoso de la coca tiene un amplio antecedente en nuestra región. La historia de esta planta en Suramérica data de al menos 8.000 años, y su cultivo y uso parece haber acompañado el surgimiento mismo de las primeras civilizaciones andinas.

Los estudios botánicos más recientes refuerzan estas teorías, ya que indican que las culturas originarias apreciaban tanto la coca que iniciaron su domesticación en al menos dos ocasiones diferentes y desde especies ancestrales distintas. Hay evidencia de que la coca colombiana, cada vez más amenazada por el narcotráfico, es quizás tan antigua como su hermana, la coca peruana y boliviana. 

Además de las especies de coca más reconocidas, nuestro artículo científico también explora sus parientes botánicos aprovechados por las medicinas tradicionales de Brasil, Madagascar y África. Curiosamente, algunas de estas plantas también se emplean como estimulantes naturales y se les han identificado usos como agentes anticancerígenos, antibióticos y fungicidas, entre otros. 

Los tesoros ignorados de la hoja de coca

En general, toda la familia de la coca atesora grandes oportunidades para la medicina, la nutrición y la agricultura, y la coca misma no es la excepción. La medicina tradicional indígena desde siempre le ha atribuido amplias funciones benéficas a la coca, y, a pesar de las dificultades para realizar estudios, hay una creciente evidencia científica que parece constatar muchas de estas creencias.

En particular, los estudios disponibles muestran que la coca en su estado natural estimula el metabolismo de las grasas. A través de este mecanismo es que se genera mayor disponibilidad de energía en el organismo, estimulando el desempeño físico, el alivio del mal de alturas, la reducción temporal del hambre, y la sensación de bienestar reportados por los consumidores de coca. 

También encontramos que hay consenso en los estudios que identifican la alta densidad nutricional de esta planta. Las investigaciones concuerdan en que la coca se destaca en su contenido de vitaminas (especialmente caroteno, riboflavina y tiamina), minerales (calcio, fósforo y hierro, entre otros), y proteína vegetal. Aunque hay polémica sobre la biodisponibilidad de sus nutrientes -es decir, cuánto se absorben - se cree que ésta se asemeja a la de muchos vegetales. Falta analizar si la absorción de nutrientes se refuerza en el consumo tradicional y si también se pueda mejorar por medio de la adición de vitamina C, la cual hace más biodisponible a minerales como el hierro. 

La evidencia confirma cómo las propiedades de la coca se podrían aprovechar en una amplia variedad productos, tanto tradicionales como contemporáneos. Por ejemplo, además de los usos como estimulante, se podrían desarrollar formulaciones orientadas al manejo de condiciones prioritarias para la salud pública mundial, como la diabetes, la obesidad, la depresión e incluso la adicción a la misma cocaína y otros estimulantes.

Esto último suena paradójico, ya que la hoja de coca contiene un promedio de 0.6% de cocaína (por lo cual se necesita una tonelada de hoja para producir un kilo de alcaloide). Sin embargo, investigadores bolivianos han realizado estudios con personas diagnosticadas como adictas donde encontraron mejor desempeño en su salud mental y social cuando recibieron tratamientos que incluían el uso de la hoja de coca. De corroborarse estos hallazgos, se podrían desarrollar nuevos protocolos y productos de coca, reduciendo significativamente tanto el consumo como los efectos negativos en la sociedad asociados a la cocaína aislada.

 

¿Y la cocaína?

 

Pero, ¿no habría riesgo de aumento en la adicción a la cocaína si se promueve el uso de la hoja? La evidencia indica que no. Por un lado, en Perú y Bolivia, donde se consume mucha más hoja y existe un mercado legal, la tasa de consumo de cocaína es más baja que en Colombia, la extensión de los cultivos ilícitos es menor y más estable, y los precios de la hoja son más altos (lo que representa un bono de estabilidad, oportunidad y respeto para nuestros vecinos andinos). 

Por otro lado, la evidencia farmacológica muestra que los efectos de la hoja de coca son drásticamente diferentes –tanto cuantitativa como cualitativamente – a los de los alcaloides aislados, ya sea en clorhidrato (el polvo blanco) o sulfatos de cocaína (los del bazuco). Por ejemplo, cuando se consume hoja sin transformación química, la máxima cantidad de cocaína en la sangre es 50 veces más baja que al inhalarse o fumarse los alcaloides aislados, ya que estos se absorben más fácil, son mucho más concentrados, y carecen la complejidad de fitoquímicos y nutrientes que en la hoja integral modulan la tasa de absorción y los efectos en el metabolismo. Esto podría explicar por qué no se han encontrado riesgos asociados al consumo de hoja de coca -ni adicción, ni daños a la salud- cuando se han realizado estudios sobre esta planta.

 

Investigación incluyente para un mercado lícito y equitativo 

 

En el artículo hacemos entonces un llamado a apuntalar la investigación sobre la coca como una prioridad para el país, ya que la evidencia científica disponible sigue siendo escasa y la coca y sus parientes se encuentran rezagados frente incluso la marihuana. Esto contribuye a que el prejuicio sea lo que siga dictando la política pública. 

Hace poco, por ejemplo, la Corte Constitucional se pronunció en contra de los emprendimientos indígenas que comercializan hoja de coca, obligándolos a adherirse a los onerosos procedimientos regulatorios del Invima. Esta agencia regulatoria, que controla alimentos y medicamentos, considera que los productos de coca ponen en riesgo la salud, y ha negado los permisos de venta, exigiendo estudios complejos y multimillonarios para comprobar su inocuidad y eficacia. 

Aquí podría generarse una oportunidad de asocio entre las comunidades cultivadoras y la academia para superar este obstáculo, ya sea transitando la ruta regulatoria indicada por el Invima o abriendo una nueva, con el respaldo de la evidencia. La academia puede contribuir la infraestructura tecnológica e investigativa para generar la confianza que piden tanto los reguladores como una población general donde persisten la amnesia histórica y el estigma contra la coca.

Por su lado, las comunidades cocaleras salvaguardan profundos conocimientos sobre estas plantas y sus ecosistemas, han impulsado proyectos productivos pioneros, y sus instituciones y propiedad colectiva son, en muchos casos, los mejores garantes de protección ambiental y desarrollo humano en los territorios.

Si en Colombia logramos articular modelos de investigación abiertos, regidos por principios de beneficio compartido, podríamos asegurar la construcción conjunta de conocimiento y garantizar el beneficio y liderazgo de las comunidades cultivadoras. Podríamos quizás así gestionar un foco de desarrollo sostenible para nuestro país y la región andina, con gran valor agregado y diferenciación - un boom de 'fito-tecnología'- como el que se ha propuesto con el cannabis medicinal, pero evitando su exclusividad.

Creemos que, combinando fuerzas, podríamos gestar un nuevo 'boom' cocalero, pero ahora de coca lícita, incluyente y benéfica para la sociedad. 



David Restrepo es director del área de investigación sobre Hoja de Coca y Desarrollo Rural del CESED (Centro de estudios sobre seguridad y drogas de la Universidad de los Andes)

Las opiniones de los columnistas en este espacio son responsabilidad estricta de sus autores y no representan necesariamente la posición editorial de SEMANA RURAL.

 

 





¡Comparte!



Foto de perfil del autor del comentario






Semana Rural. Un producto de Proyectos Semana S.A. financiado con el apoyo de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) a través del programa de Alianzas para la Reconciliación operado en Colombia por ACDI/VOCA. Los contenidos son responsabilidad de Proyectos Semana S.A. y no necesariamente reflejan las opiniones de USAID o del gobierno de Estados Unidos.