Edelmira Villarraga le apuesta a la enseñanza en una de las zonas rurales más golpeadas por la violencia en los años 50. Enseña a leer, escribir y motiva a sus estudiantes para que conozcan sus antepasados y el valor de las raíces campesinas..
| | Por: Archivo personal
Edelmira no puede evitar las lágrimas al hablar de su profesión. Aunque lleva más de 36 años enseñándoles a decenas de niños en Villarrica, Tolima, todavía se le eriza la piel cuando escucha a uno de sus pequeños leer por primera vez. Está convencida de que desde la educación en las regiones ‘olvidadas’ es posible construir un mejor país.
El fantasma de la guerra de Villarrica ha perseguido a ‘la profe’ desde que nació. No tiene recuerdos de su madre porque una bala disparada desde un avión militar le quitó la vida en el año de 1953. “El conflicto ha marcado el desarrollo educativo en este país” comenta desde su propia experiencia.
A los 9 años tuvo que desplazarse hasta Girardot para estudiar. Allí solo alcanzó a terminar segundo de primaria antes de viajar nuevamente, esta vez hacia Bogotá. En la capital estudió toda su primaria y bachillerato, moviéndose entre escuelas que apoyaban a los niños “más pobres y huérfanos”.
“Yo creo que le debo todo a mis grandes maestros” dice con la voz entrecortada. Contar su historia le "alborota la bobada" como le dice a ese sentimiento de nostalgia, dolor, pero sobre todo, de ‘berraquera’ que la mueve diariamente. La educación es su vida.
Edelmira trabajó 12 años antes de ser nombrada. Para su licenciatura en educación, realizó una tesis de grado acerca del impacto que tuvo la violencia en la educación en su pueblo. ©Archivo pesonal
En el colegio le gustaba el teatro, sus compañeras la catalogan como una “cómica de primera línea”. Su materia favorita eran las ciencias sociales y su amor por la lectura, acompañado de una curiosidad imparable la siguieron durante toda su etapa escolar. “Mi papá siempre nos enseñaba que teníamos que estudiar, estudiar y estudiar, pero no sabíamos cómo” cuenta entre risas.
Desde que estaba en Bogotá Edelmira supo que su pasión era la educación. Sabía que volvería a Villarrica a ejercer la profesión con la que ha intentado cambiar el país. “No tenía los medios para ir a la Normal, entonces cuando llegué a Villarrica iba a mirar lo que hacía la profesora. Yo sabía que a mi me gustaban los niños, veía que podía enseñar y ahí me motivé a trabajar y a inclinarme por la educación” asegura.
Está comprometida con la construcción de un mejor futuro para los pequeños a los que les enseña a sumar, leer y escribir. Desde 1983, cuando fue nombrada como maestra por el Ministerio de Educación Nacional, se ha encargado de inculcarle a los niños del corregimiento de los Alpes el valor de sus raíces campesinas.
En el país, según el informe “Docencia rural en Colombia: educar para la paz en medio del conflicto armado” de la Fundación Compartir, del total de maestros, 66.308 son mujeres, las cuales representan el 62,2% de la planta docente rural, frente a los 40.371 hombres (37,8%) que trabajan como docentes.
Estos datos se invierten cuando se habla de directivos rurales. Allí existe un desequilibrio en materia de género. A corte de 2018, de los 6.233 directivos, 3.916 eran hombres (62,8%), y 2.316 (37,2%) eran mujeres. La tendencia muestra que en la ruralidad, las mujeres difícilmente logran escalar de cargo en las instituciones educativas.
Además de estas barreras, ser maestra de una escuela rural es una labor compleja. En el mismo salón de clases tiene a niños desde primero hasta quinto. En cada nivel hay entre uno y cinco niños, un promedio total de 30 por cada institución.
Aunque el modelo educativo en Colombia ubica, generalmente, a los niños de seis años en primer grado y terminando el bachillerato a los 16, en la ruralidad hay niños mayores de 8 años que apenas se inician en primero y niñas de 14 o 15 años terminando el grado quinto. Pocos continúan su proceso educativo después de la primaria.
Según el Dane, solamente el 8,4% de las instituciones educativas ubicadas en zonas rurales ofrecen educación secundaria. “En la escuela rural los niños terminan su primaria pero pocos ingresan a las secundaria. Se dedican al trabajo rural o cogen otros oficios. Esto por la escasez de recursos, las familias no tienen una estabilidad económica, se van a otras veredas a trabajar o migran a la ciudad. Los niños no tienen una continuidad educativa” dice.
Según el mismo informe de la Fundación Compartir, el bajo nivel de escolaridad de las poblaciones rurales en Colombia es resultado de la configuración de la educación rural. La educación primaria está asegurada, pero la educación secundaria y media presenta un gran rezago. Cifras del DANE indican que solo el 8,4% de las sedes rurales ofrece educación secundaria y el 5,1% educación media.
La falta de relevo generacional es otro reto. Según el último Censo Nacional Agropecuario (CNA) realizado por el DANE en el año 2014, la población mayor de 40 años ha aumentado en las zonas rurales (comparadas con el Censo General de 2005) lo que implica que el índice de envejecimiento pasó de 25 a 50 en diez años.
©Archivo personal Edelmira Villarraga
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Edelmira cuenta que hay instituciones que solamente tienen 6 estudiantes y otras han tenido que cerrar. “La mayoría han emigrado a las ciudades porque no hay ningún incentivo en el campo que los motive a quedarse, a querer la tierra y a trabajar por el bienestar y por la familia desde los territorios. El concepto que tenemos de país es que si todas las personas no migramos a la ciudad, no podemos ser sobresalientes y eso no es cierto” explica.
Como docente rural logró sacar adelante a sus cuatro hijos, “todos profesionales” dice con un orgullo evidente. “Ellos estudiaron acá en Villarrica, aquí hicieron su primaria y su bachillerato. Luego se repitió la historia -dice cayendo en cuenta de la ironía- emigraron y se fueron a Medellín, allí hicieron la universidad” Cuenta.
Sin embargo, uno de ellos volvió al pueblo. Después de estudiar administración de empresas llegó a Villarrica para trabajar en la finca de su madre. Ahí, le ayuda en el proceso de tecnificación del café para exportación. Edelmira cuenta esa historia a modo de moraleja:“con esto le enseñamos a los demás qué uno sí se puede desarrollar en el territorio y así sobresalir” agrega.
‘La profe’ obtuvo reconocimientos del Ministerio de Educación por la propuesta de un un modelo que utilizaba el trabajo como herramienta para la educación. Está convencida de que el trabajo, a través de los valores, empodera. "Yo hacía ese trabajo en la escuela de La Esperanza, donde duré 18 años. Mi propuesta la avaló el Ministerio y gracias a eso me dieron una suscripción a una revista por dos años y me mandaban libros “palabra maestro”. Eso me enorgullece”
Durante la pandemia el trabajo no ha parado. Debido a la falta de una buena conexión a internet la virtualidad para los estudiantes de Los Alpes no existe. En reemplazo, los profesores entregan guías para la educación en casa.
Edelmira y los demás docentes se reúnen una vez al mes con los padres de familia para entregarles las guías que les ayudarán a suplir, por ahora, la tarea del maestro. En estas se incluyen actividades iniciales, de desarrollo, la explicación y las evaluaciones de finalización del tema que se requiera. “Yo les he dicho a los padres de familia que lo importante es que los niños estén bien, un año lo podemos recuperar. El todo es que el niño no desaparezca, que esté ahí, que estén en ese continuo deseo de aprender y que no queden olvidados o se salgan del sistema” dice.
A sus 68 años Edelmira Villarraga piensa en pensionarse, pero solo en el papel. Tiene planeado trabajar hasta los 70 y de ahí, empoderar a grupos de niños para que salgan adelante y se queden en el territorio. “Dios me ha dado una salud formidable, yo me siento como de 15. Mi proyección es tener un grupo de jóvenes desde muy pequeños y encarrilarlos hacía unas buenas costumbres. Esa es mi forma de construir un mejor país” Dice, nuevamente con la voz entrecortada.
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