No ha pasado un mes desde que se lanzó este portal para promocionar los productos de las asociaciones comunitarias de Bolívar y el éxito es contundente. La idea es llegar a otros municipios del país y ayudarles a contar sus historias..
| Las tejedoras de Mampuján son una de las comunidades que se benefician de la Tienda de la Empatía | Por: ©Cedida por Tienda de la Empatía
Tambores de Palenque, artesanías de Mampuján y tapabocas feministas de El Salado son solo algunos de los productos que decoran la vitrina de esta tienda virtual. Los colores son visibles, pero detrás de los objetos están las historias de algunas de las comunidades más vulnerables y olvidadas del departamento de Bolívar.
La Tienda de la Empatía, que nació a inicios de agosto, busca “fortalecer las organizaciones comunitarias al abrirles otros canales de distribución para que sus productos puedan llegar al consumidor final”, asegura su fundadora, Claudia García. En medio de la pandemia por el coronavirus, el portal se ha convertido en la única posibilidad que tienen centenares de familias para seguir contando sus historias y vendiendo sus productos.
Bolívar ha sufrido por décadas una guerra que ha abierto heridas difíciles de cerrar. Las víctimas, aún con el paso del tiempo, siguen sintiendo el peso del conflicto sobre sus hombros. Con artesanías de colores, las Tejedoras de Mampuján, uno de los colectivos que hace parte de la Tienda de la Empatía, han encontrado un camino para sanar.
?Los tapices de las tejedoras de Mampuján han sido un elemento que ha marcado a toda su comunidad y que les ha permitido sanar
© Cedida por Tienda de la Empatia
El 10 de marzo del 2000, un grupo de paramilitares del Bloque Montes de María entraron a Mampuján. Estaban buscando subversivos y la amenaza era clara: si cuando regresaran al pueblo aún quedaba alguien, todos los habitantes pagarían las consecuencias. De un segundo a otro, una comunidad antes llena de vida, estaba vacía. Más de 300 familias fueron desplazadas y 11 personas fueron asesinadas.
Un año después, algunas de las familias que habían huido construyeron un nuevo Mampuján en un terreno de seis hectáreas que el párroco italiano, Salvador Mura, les donó en el municipio de María la Baja. Juana Ruiz lo recuerda bien. Aún tiene en su memoria el momento en que la religiosa Teressa Geiser les enseñó el arte de coser como una forma de sanar y de contar su realidad.
Al principio, cosía solo porque se lo decían. Pero con el tiempo se fue liberando. “Realmente no lo entendíamos como una catarsis. Pero me acuerdo una vez que nos dijeron que hiciéramos una imagen, y yo dibujé una niña triste”, cuenta Juana, que, sin saberlo, siempre había pintado su historia; sus cuadernos estaban llenos de dibujos como ese. “Yo fui abusada sexualmente muy pequeña y por miedo nunca le conté a nadie, pero cuando pinté a esa niña y fui consciente de lo que hice, me ayudó a sanar. Y así nos pasó a todas. Empezamos a curarnos narrando historias sin palabras, con un hilo y una aguja”, dice.
Con la ayuda de la Tienda de la Empatía, sus tejidos, antes solo expuestos en tapices, ahora también aparecen en los tapabocas que protegen a las personas contra el contagio del coronavirus. “Acá la gente siembra la yuca y el ñame que consumen, pero lo que no se puede cosechar lo han comprado gracias a los tapabocas”, explica Juana, orgullosa de las 60 familias que han encontrado sustento en estos productos.
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Los tapabocas de Las Tejedoras de Mampuján aún preservan sus historias cosidas en la tela
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A Yirley Velasco, 20 años después, todavía le duele recordar lo que vivió en su pueblo. Su historia, a más de 100 kilómetros de distancia, guarda estrechas similitudes con la de Juana. Entre el 16 y el 22 septiembre del 2000, los paramilitares se tomaron El Salado en un acto que aún la justicia no ha terminado de aclarar. No hay certeza de cuántas personas fueron masacradas, pero lo cierto es que cientos de historias fueron silenciadas. Hoy, Yirley lidera la asociación Mujeres Sembrando Vida, que reúne a víctimas de violencia sexual que sobrevivieron a la masacre.
Por años, Yirley se ha dedicado a cuidar a las personas víctimas de maltrato intrafamiliar y de violencia sexual en los Montes de María, labor que nuevamente la obligó a dejar su casa en El Salado por amenzas de muerte.“Llevo una lucha por defender el derecho de las mujeres. Somos las voces de las que todavía están en silencio”, cuenta sobre su organización que ha registrado cerca de 180 casos de violencia sexual en El Carmén de Bolívar y en El Salado.
Con su organización han creado una unidad productiva para fabricar sábanas y cortinas. En ese afán por reinventarse y encontrar una salida en medio de la pandemia, empezaron a hacer tapabocas con frases contundentes como “A mí nadie me tapa la boca” o “Estoy viva”, mensajes que reivindican la labor que llevan haciendo por años.
“A mí me han querido silenciar toda mi vida, pero yo sigo aquí. Esos mensajes que estampamos en los tapabocas son un llamado de atención a la sociedad y a quienes nos quieren desaparecer”, dice Yirley, que pensó la frase “Estoy viva” como una respuesta a los grupos armados que la han obligado a dejar su casa en más de una ocasión.
Los tapabocas de Mujeres Sembrando Vida reinvídican su labor
© Cedida por Tienda de la Empatia
Edwin Valdez, hijo de José “Paíto” Valdez, un músico reconocido en todo San Basilio de Palenque, hoy sigue el legado de su padre. Con la iniciativa Tambo ri Palengue ha reunido a 50 familias para fabricar tambores y venderlos a través de la Tienda de la Empatía. El proceso, que va desde el cultivo de árboles nativos hasta la elaboración de cada pieza musical, les ha permitido a estas familias encontrar fuentes de ingreso y cuidar su cultura.
“Con cada tambor que vendemos cuidamos a nuestra gente. San Basilio de Palenque y su música está construida gracias a los tambores. Por eso con cada venta preservamos y cuidamos nuestra ritualidad y nuestra historia”, relata Edwin. Para él todo ha sido un aprendizaje, pues en tan solo unas semanas ha tenido que mejorar la logística y la producción de los llamadores, los alegres y las tamboras que vende en la Tienda de la Empatía.
En agosto, a Edwin no solo le llegó la oportunidad de comercializar sus productos a través del portal. También llegó su tercera hija, que le ha impuesto el reto de vivir su vida al doble de intensidad, con un negocio que quiere despegar y una bebé recién nacida que quiere disfrutar. “Es una bendición —explica — Su llegada nos motiva a seguir fortaleciendo ese legado de nuestros abuelos, porque estoy seguro de que cada uno de mis tres hijos también lo hará”.
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Hoy la Tienda de la Empatía permite a estas comunidades seguir luchando. Claudia García, su fundadora, ha encontrado su vocación en ese trabajo y sueña con aportar a cerrar la brecha entre el campo y la ciudad. “Hay una deuda histórica del país con lo rural. Existen miles de productos, pero hay que mejorar las condiciones para que sean rentables pues muchas veces solo sacarlos de las comunidades cuesta más que producirlos”, añade Claudia. El mercado para ella es una forma de cuidar estos productos y así crear oportunidades para las zonas rurales. La meta ahora es que más personas de diferentes rincones de Colombia puedan beneficiarse de la tienda.
Si quiere conocer más sobre la Tienda de la Empatía lo puede hacer en este enlace
Un fotógrafo cartagenero viajó 13 horas para tratar de responder a la pregunta: ¿Qué es la tambora? Parece ser, en todo caso, el latir de todo un pueblo que se resiste a dejar morir su tradición