Una publicación digital llamada Naturaleza común reúne 11 relatos de reincorporados que decidieron narrar sus experiencias en varios puntos de la diversa geografía de Colombia.
| Naturaleza común es un ejercicio narrativo sobre la naturaleza como beneficiaria y víctima del conflicto en Colombia. | Por: Ilustraciones de Lisa Colorado y Sergio Román
En las montañas del sur de Tolima quedaron 15 libretas llenas de apuntes y tachones. En ellas se leen algunas vivencias de ‘Betty’ o Disney Cardoso, una mujer de Coyaima (Tolima) que ingresó a las Farc cuando tenía 11 años. En ese momento empezó a escribir. “Pensé encontrar un refugio allá pero me refugié en las hojas”, dice. Los cuadernos usados o los cuadritos de papel higiénico le servían como diario íntimo en el que contaba sus sentimientos y dedicaba frases a su madre, a quien no veía desde hace mucho tiempo. Escribía a escondidas, pues los comandantes rompían o quemaban sus textos. Incluso podía ser castigada y someterse a un consejo de guerra. Un día el riesgo valió la pena y escribió la memoria más linda de su infancia.
Seis meses después de ingresar, Disney conoció al ‘Gato’, un joven rebelde, casi de su misma edad. Intercambiaron miradas y sonrisas de burla durante su primer entrenamiento juntos, pues ambos estaban cubiertos de barro de pies a cabeza. Luego fueron a bañarse al río y empezaron a jugar. En la orilla, ‘Gato’ encontró un caracol y se lo lanzó a Disney. En vez de pegarle, el molusco chocó contra una roca y su caparazón, blanco y adornado con un delicado espiral, se quebró. ‘Gato’ inventó un juego: hacer un cuadrado sobre la tierra, ubicar varios caracoles y, desde la distancia, lanzar otro para intentar pegarle a los demás. El premio eran los caramelos, las galletas o los dulces que les daban al final de la semana. Ganaba quien lograra romper las conchas sin que el caracol saliera del cuadrado.
Ese recuerdo se convirtió en narración. Disney lo escribió y lo guardó con devoción en una bolsa plástica para evitar que el agua o la lluvia borraran las letras. Años después, lo revivió en La espiral del caracol, uno de los once relatos de Naturaleza común, una obra que cuenta las historias de excombatientes de las Farc y su relación con la naturaleza. Esta publicación digital es un esfuerzo del Instituto Caro y Cuervo y el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación (CMPR). “Estos relatos tienen como prioridad la naturaleza porque creo que es un lugar común y puede ser un escenario para pensar consensos sociales”, dice Juan Álvarez, profesor investigador del Instituto y quien dirigió la publicación. Sus investigaciones sobre las narrativas y su relación con la protección medioambiental, fueron su inspiración para darle voz a los reincorporados y crear un espacio fuera del binomio víctima-victimario
Juan también fue el encargado de los laboratorios de creación, los espacios donde nacieron los textos. Tuvo dos asistentes en la parte de diseño y otros dos en lo editorial: Christian Rincón, quien aparece como autor, y Andrés Castaño, con su editorial independiente Lectores Secretos. Ambos son estudiantes de la maestría de Escritura Creativa del Instituto.
Esta publicación digital incluye once relatos en los que el lector podrá conocer de cerca las experiencias de los excombatientes y su relación con la naturaleza.
© Sergio Román. Portada de Naturaleza común
En la convocatoria anunciaron que los relatos debían narrar las experiencias de los excombatientes y su vínculo con la naturaleza. Luego siguieron los laboratorios auspiciados por el Instituto en los que leyeron, seleccionaron los relatos e iniciaron el trabajo de escritura, edición y corrección. Algunos autores tenían otras obligaciones o temían escribir con su propia pluma, entonces Juan y sus colegas “les prestaban la oreja”. Es decir, les preguntaban y pedían información o fotografías para adaptar sus memorias, una técnica que emplearon Svetlana Alexiévich y Alfredo Molano para darle voz a los otros. Disney fue una de ellas. Su trabajo, el estudio y el cuidado de sus tres hijos limitaban las horas de escritura, por lo que Christian fue su mano derecha. El apoyo del CMPR fue fundamental pues ayudaron a conseguir interlocutores y apoyo externo, como el Partido Comunes.
Una de sus integrantes es Olga Marcela Rico quien, por razones de identidad y corazón, prefiere el nombre de Manuela Marín, el pseudónimo con el que entró a las Farc. Ingresó a sus 18 años, realizó su transición con el Acuerdo, participó en la delegación de paz para los Diálogos en La Habana y aún es integrante activa del Partido. Cuando estaba en las selvas de la Orinoquía, escribió un revista con otros compañeros del Bloque Oriental e incluyó un artículo sobre la mujer guerrillera: Cuando las montañas huelen a mujer. Años después volvió a escribir. Terrenos, territorios y poblaciones, otro texto de Naturaleza común, fue su primer relato autobiográfico.
Manuela recogió sus pasos en el recorrido guerrillero que inició en el Páramo de Sumapaz, entre los frailejones y el frío. El camino siguió hacia el oriente colombiano. Aprendió a conocer a los animales y vio de cerca especies en vía de extinción como la danta, reconocida por dispersar semillas y ayudar a preservar los ecosistemas. Por decisión colectiva, el Bloque no cazó ninguna especie amenazada ni taló árboles o palmas, sino que se alimentaron de otros animales y usaron la madera seca que ya estaba en el suelo. Con el paso de los días y las necesidades incipientes, el grupo generó una conciencia ambiental y reconoció los efectos inmediatos y futuros de la tala indiscriminada, la contaminación del agua, la caza de animales, entre otros ataques ecológicos. “Respetamos la naturaleza porque gracias a ellas sobrevivimos”, dice Manuela.
Además de contar su experiencia y evocar sus pasos, el relato de Manuela alude a esos lugares que también han sido víctimas de la estigmatización: la selva, las trochas y el Páramo de Sumapaz. Cree que esta publicación puede ayudar a desmitificar y combatir esos imaginarios que promueven la desinformación y la propaganda política: “Claro, ayuda a combatir la estigmatización porque cuento lo que vi: comunidades arraigadas a su territorio, gente organizada y abandonada por el Estado que ha construido sus carreteras y puentes, que ha estipulado sus propias leyes y normas de convivencia. La defensa de sus intereses, que van en contra de lo establecido, los hace ver como insurgentes”.
Aparte de los de Disney y Manuela, Naturaleza común incluye otros nueve textos. © Cortesía Instituto Caro y Cuervo | Naturaleza común
Aunque Manuela no escribió su propio diario como Disney, ni registró sus memorias en papel, menciona que muchos de sus compañeros sí lo hicieron. Recuerda que las primeras sesiones del laboratorio fueron más anecdóticas. Para algunos, era la primera vez que coincidían en la ciudad y portaban prendas diferentes al camuflado. “La escritura nos permitió exorcizar lo doloroso —cuenta Manuela—, nos permitió hablar de un tema que es necesario discutir y sobre el cual tenemos mucho que decir: la protección de la naturaleza desde nuestras experiencias”.
Disney coincide. Se inscribió en la convocatoria por curiosidad y porque supuso que aprendería a editar textos. Quería terminar esos relatos incompletos, los que el miedo o la guerra dejó a medias. “Fue muy gratificante porque saqué muchas cosas que tenía reprimidas —recuerda Disney, pues durante su vida en la selva intentó suicidarse quince veces, tomando veneno y jugando a la ruleta rusa—. A raíz de lo que viví en mi casa y en mi niñez, aprendí a no tener miedo y a contarlo”. Disney era la mejor de 10 hijos, no alcanzó a conocer a su padre, y su mamá se fue de la casa cuando tenía tres años. Sus hermanas la obligaban a dormir afuera, la excluían y la maltrataban psicológicamente; a los seis años, sus dos hermanos mayores abusaron sexualmente de ella. “La escritura me ha permitido hablar de todo esto e incluso perdonarme”.
Aparte de los de Disney y Manuela, Naturaleza común incluye otros nueve textos: Un lector de la naturaleza (homenaje), de Doris Suárez Guzmán; Mutatis Mutandis, de Indira Cerpa Granda; Hojarasca y Pólvora, de Lidia Alape; Encuentros con fauna, de Isabela Sanroque; De la ciudad a la selva, de Suan Sánchez; Hormigas guerrilleras, de Yira Rivera; Los secretos para llegar al monte, de Karen Pineda; Nuestros años en la mata, de Gregory Morales, y Mucha lora he dado en el río Guayabero, de Jose William Parra.
Desde el inicio Juan quería una publicación ágil, digital y de distribución gratuita. La idea fue acertada porque a la primera semana de publicación, el libro había sido descargado por unas 5.000 personas. “Le envié el link a personas que no tienen nada que ver con el proceso y se sorprendieron —recuerda Disney—. Esto sirve para que se den cuenta de que hay unas vivencias, hay una persona de carne y hueso que siente, tiene familia y puede darle muchas cosas a la sociedad. Somos personas igual que los demás”.
© Cortesía Instituto Caro y Cuervo.
Desde la firma del Acuerdo de Paz hasta hoy han asesinado a 259 excombatientes y la postura del Gobierno Nacional no es alentadora. Para Manuela la reincorporación, además de ser económica y política, debería ser social. Por eso, asegura que estos relatos son un espacio social que también demuestran que los excombatientes son sujetos de derecho, que pueden participar en escenarios de debate político y contribuir al cuidado del medio ambiente y a las discusiones de índole nacional. En ese marco, uno de sus aportes es la propuesta del punto 1 de Reforma Rural Integral.
Juan no descarta que Naturaleza común se convierta en un libro impreso o que puedan crear un segundo volumen, pues quiere seguir dándole voz a las comunidades. Cree que puede ser el inicio de una colección similar a Futuro en Tránsito, de la Comisión de la Verdad, y afirma que el CMPR continuará viendo a la naturaleza como un espacio para la reconciliación. Incluso, quieren ofrecer la publicación como material pedagógico medioambiental a las Secretarías de Educación del país.
Aunque era optimista, Disney también escribió, por si la mataban. Así encontrarían sus escritos y sabrían quién había sido ella. Por fortuna, ese día nunca llegó. Salió de las Farc a sus 33 años con el Acuerdo de Paz y hoy vive en Bogotá. Trabaja en la confección de prendas de vestir, cursa el cuarto semestre del técnico en Pedagogía Infantil e iniciará sus estudios en Administración Pública. Por su parte, Manuela sigue luchando con compromiso para ver un mejor país, ese que anhela desde hace tantos años y describió en sus textos de las mujeres farianas. Por desahogo, libertad o convicción, ambas escribieron y encontraron el mismo refugio.
Como las de Disney, todavía quedan algunas libretas en las montañas. En sus páginas malgastadas se leen los nombres de ‘Betty’, ‘Gato’, ‘Manuela’ y otros personajes cuyas historias aún no son leídas. Once de ellos se encontraron en la Naturaleza común y otros tantos esperan seguir su ejemplo y convertirse en escritores y lectores de la memoria, la reconciliación y la naturaleza.
Queda en Bogotá y en su interior funciona, de manera itinerante, un mercado de alimentos y artesanías, y un bar donde se vende una cerveza con el siguiente lema: “Tomando el camino de la paz”.