La mañana inunda de color las planicies secas del sur tolimense. A cada lado se yerguen montañas imponentes: cordilleras que cercan la infinitud de un paisaje inmenso. El amanecer es el comienzo de una intensa y variada jornada de actividades en el resguardo indígena Rincón Bodega, ubicado al sur del municipio de Natagaima (Tolima).
Por: Jacobo Walschburger
 El ganado pasta desde temprano entre terrenos extensos que parecieran no tener dueño. El calor se intensifica a medio día, dando lugar a prolongados momentos de descanso bajo los escasos árboles que interrumpen la monotonía del paisaje.
Por: Jacobo Walschburger
 La relativa tranquilidad que se vive es apenas un instante en la extensa cronología de guerras y luchas que han tenido que vivir los pijaos para defender su territorio.
Por: Jacobo Walschburger
 Desde la época colonial, existía el interés de actores externos por hacerse de estas tierras bañadas por el río Magdalena y situadas en el corredor que unía el sur del país con el norte, al igual que el piedemonte llanero con las regiones cafeteras de la cordillera central.
Por: Jacobo Walschburger
 Las grandes haciendas intensificaron la ofensiva desde comienzos del siglo XX, obligando a indígenas, campesinos y colonos a organizarse en torno a la defensa de la autonomía territorial.
Por: Jacobo Walschburger
 La violencia bipartidista dejó estragos entre la población del sur del Tolima, y la defensa por la inclusión política de su población llevó a que los movimientos insurgentes hicieran de la región un centro estratégico para consolidar las guerrillas a mitad de siglo.
Por: Jacobo Walschburger
 El fuego cruzado entre bandos involucró a la población en una guerra que, por mucho tiempo, dificultó el desarrollo de actividades tradicionales como la siembra de maíz, yuca, plátano, entre otras que, sumados a la cría de animales y la pesca, daban lugar a cierta autonomía y soberanía alimentaria, e incluso intercambios económicos con mercados externos.
Por: Jacobo Walschburger
 Si bien en la actualidad se presentan grandes concentraciones de tierra por pocas personas, los pijao logran llevar a cabo una inmensa variedad de actividades para sustentarse.
Por: Jacobo Walschburger
 El río Magdalena, a pesar de su agudo deterioro, aún es fuente de alimento para muchos. Las cuchas, el bocachico y mojarras se atrapan con “chiles” o atarrayas desde la orilla, o también desde botes y canoas que deben luchar contra los fuertes caudales del río.
Por: Jacobo Walschburger
 Debido al clima desértico, la presencia de grandes arroceras, pesqueras y haciendas ganaderas en la zona, el agua es escasa, por lo que muchos recurren a la construcción de aljibes (pozos) para extraer el agua del subsuelo. La mayoría oscilan entre los 8 y 15 metros de profundidad, y el constante calor hace del proceso de excavación un trabajo intenso y agotador.
Por: Jacobo Walschburger
 En la dieta persisten platos típicos como el tamal, la lechona y sopas de pescado u otras carnes, que permiten vislumbrar un pasado lleno de cambios y fusiones, al igual que un apego a la historia y la tradición.
Por: Jacobo Walschburger
 Las comunidades pijao del sur del Tolima son un ejemplo de fuerza y resiliencia. Son un pueblo que se ha negado a darse por perdido, y entre el ejercicio de la memoria, la tenacidad y el buen humor, siempre ha encontrado razones para seguir luchando.
Por: Jacobo Walschburger
 El fotógrafo análogo, Jacobo Walschburger, muestra la historia de la comunidad pijao en Natagaima
Por: Jacobo Walschburger
 
Por: Jacobo Walschburger