Seguramente usted sabe que en Bogotá hay un sector social que quiere revocar al alcalde; que en Medellín hay alerta de contaminación del aire o que la inseguridad en las ciudades capitales es pan de cada día. Pero si usted no vive en una ciudad capital es muy probable que no tenga certeza de cómo va la gestión de su municipio: ¿el alcalde está cumpliendo sus promesas?, ¿las obras en curso mejorarán su calidad de vida?, ¿fueron adjudicadas con transparencia?, acaso... ¿esas obras se hicieron?
Buena parte de las respuestas a estas preguntas dependen de que haya información disponible para los ciudadanos. La mala noticia es que hemos diagnosticado que al menos 3.011.091 colombianos viven en zonas silenciadas, amordazadas o donde los únicos contenidos que circulan son la propaganda y el entretenimiento.
El silencio incentiva que los poderes, legales o ilegales, sean arbitrarios y abusivos sin que nadie perturbe la comodidad en que actúan. El silencio es un aliado inseparable y fiel de la guerra, de la explotación indebida de recursos y de la corrupción.
Los primeros hallazgos de un proyecto en curso de la FLIP , que pretende conocer la oferta de medios de comunicación local en Colombia, revela que de un total de 257 municipios en zonas de conflicto: 63 no tienen medios de comunicación y 11 tienen como único medio la radio militar o de la Policía que en flamantes cabinas de última tecnología se han dedicado a disparar propaganda de guerra. En 175 municipios los medios de comunicación que existen solo transmiten contenidos de entretenimiento donde a través de la música se grita: “Silencio, si quieres vivir acá, no hables de los poderosos”.
Esto sin mencionar las redes esporádicas de emisoras de la guerrilla; la mayoritaria indiferencia de medios nacionales a las realidades rurales; la forma en la que petroleras o comercializadores de oro compran aplausos y asfixian las críticas; o las potentes emisoras afiliadas a confesiones religiosas, que alientan el espíritu, pero no la democracia.
La buena noticia es que hay 309 medios de comunicación que transmiten información local, la mala es que estos esfuerzos valientes se ven sometidos a enormes presiones dirigidas a limitar lo que se puede hablar y lo que debe permanecer en silencio. Las armas amordazan la información sobre la guerra; la plata de nuestros impuestos compra el silencio y asegura que nadie escarbe en los negocios de las autoridades. Muchos periodistas se ven en el vergonzoso dilema de tener que elegir entre decir lo que pasa para reactivar la democracia, o callar lo que saben para poder comer.
El reto es enorme y muy serio: implementar los acuerdos de paz en zonas donde hay un gran déficit de medios de comunicación y periodistas que con plena libertad que estén vigilantes y garantizando la democracia local. Ojalá, más temprano que tarde se reactiven o nazcan más voces donde no las hay. Esto dependerá principalmente de quienes habitan en estas regiones, pero, aún con esta voluntad, es imposible sin la garantía estatal de condiciones para la libertad de prensa. De entrada, el ministro de las TIC debería abrir y no dilatar espacios en su agenda para poner sobre la mesa soluciones al silencio.
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POR PEDRO VACA | @PVacaV
Director ejecutivo de la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP)
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