Un proyecto de investigación del Centro Nacional de Memoria Histórica aborda las transformaciones que causó la guerra en ríos, bosques, serranías y otros ecosistemas del país. Una mirada a la violencia desde el medioambiente.
| Un campesino de Sumapaz camina cerca de frailejones dañados, al parecer, por grupos armados. | Por: José Puentes Ramos - SEMANA RURAL
Un árbol de mango fue el testigo silencioso de la escuela de muerte que crearon las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc) en Puerto Torres, un corregimiento de Belén de los Andaquíes (Caquetá). Entre 2000 y 2003, el bloque Central Bolívar de este grupo armado usó el colegio de Puerto Torres para instruir a sus miembros en técnicas de tortura, asesinato y desaparición de cadáveres. El árbol estaba en el patio de la institución educativa y su corteza tenía quemaduras, impactos de bala y cortes provocados con armas blancas, huellas que indicaban que se usó para enseñar violencia.
Esta es una de las historias que los investigadores del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) encontraron durante la elaboración del proyecto Narrativas de la guerra a través del paisaje, un trabajo de memoria que busca localizar aquellos paisajes naturales involucrados o afectados en el conflicto armado y que cuentan detalles imperceptibles a simple vista de cómo ocurrió la guerra en Colombia.
Una casa abandonada en Bojayá (Chocó) luego de la masacre de 2002. Está invadida por la maleza. © LEÓN DARÍO PELÁEZ | REVISTA SEMANA
“Cuando empezamos nos fijamos la meta de dar con casos que hablaran de la relación entre conflicto armado y naturaleza. Entonces decidimos partir de la idea de recorrer los territorios, porque pensamos que así encontraríamos pistas de cuáles fueron las afectaciones de la guerra en los paisajes”, explica María Luisa Moreno Rodríguez, la investigadora que lideró el proyecto.
Pero son cientos los sitios naturales alterados por el conflicto. El CNMH se dio cuenta de eso después de revisar sus bases de datos y las de otras entidades para ubicar los lugares donde sucedieron masacres, delitos sexuales, combates y otros hechos violentos. Contabilizaron 741 y en casi todos los departamentos había por lo menos uno.
> Los grupos armados alteraron ecosistemas como el páramo de Sumapaz, el más grande del mundo. © JOSÉ PUENTES RAMOS
Se escogieron los 12 lugares más representativos en la historia del conflicto armado y que dan cuenta de cómo se afectaron ríos, árboles, bosques, páramos y otros elementos que conforman los paisajes del campo. Los investigadores recorrieron desde 2016 hasta 2018 estos sitios junto con sus actuales habitantes y con quienes huyeron para proteger sus vidas, lo que ayudó a encontrar detalles como las marcas de aquel árbol de mango del colegio de Puerto Torres.
Árboles
A pocos kilómetros de la escuela de la muerte que las Auc montaron en Belén de los Andaquíes se encontraba una amplia área de palmas donde los paramilitares aplicaban lo aprendido: torturaban, asesinaban y sepultaban a los muertos. Los habitantes del corregimiento le contaron al CNMH que había decenas de estas plantas antes de la llegada del grupo armado, pero que fueron desapareciendo debido a la cava de fosas comunes. Hoy solo sobreviven 16 palmas.
“Si se mira bien a los árboles, que muchas veces pasan desapercibidos porque son recurrentes en los paisajes, nos dicen bastante sobre cómo fue la guerra en ciertas regiones. Por ejemplo, tanto el árbol de mango como las palmas se convirtieron en símbolos de la tortura en Puerto Torres”, comenta la investigadora Moreno y agrega que hoy podrían convertirse en sitios de memoria si así lo quisieran las víctimas.
En la izquierda se ven las marcas que dejó el conflicto en un árbol de mango de Puerto Torres (Caquetá). En la derecho está la cancha donde ocurrió parte de la masacre de El Salado. © CENTRO NACIONAL DE MEMORIA HISTÓRICA
El tamarindo y el pipirigallo, dos árboles del paisaje de la región de Montes de María (entre Bolívar y Sucre), hacen parte de la historia de las masacres de El Salado y Las Brisas, ambas ocurridas en el primer semestre del 2000. El bloque Héroes de las Auc cometieron los crímenes bajo la sombra de estos árboles. Pero mientras en El Salado reemplazaron el pipirigallo por un planchón de cemento —a manera de monumento—, en Las Brisas conservan el tamarindo para honrar a los muertos que dejó el conflicto.
Otro de los árboles que se vio afectado por la guerra fue el frailejón, una especie nativa de los páramos En Sumapaz (Cundinamarca) la fuerza pública y las Farc destruyeron frailejones para darles diferentes usos: armar trincheras o campamentos, emplear sus hojas como abrigo ante el frío y curar heridas.
«Los militares saben que alteraron el paisaje de este páramo. El batallón de alta montaña que se instaló allí tiene hoy un proyecto piloto interesante para sembrar frailejones en los lugares donde ellos dañaron la naturaleza. Es una manera de reparación»
María Luisa Moreno, investigadora del CNMH
Las hojas de los frailejosnes fueron usadas para que fuerza pública y grupos ilegales se resguardaran del frío. © JOSÉ PUENTES RAMOS
Ríos
Los grupos armados ilegales se apropiaron y ejercieron control sobre varias cuencas del país. Por la ribera del río Catatumbo, a la altura del corregimiento de La Gabarra (Tibú, Norte de Santander), los paramilitares instalaron retenes, puntos de vigilancia, lugares de tortura y bodegas para sus suministros. También arrojaron cadáveres en este y otros cuerpos de agua de la región.
“De esa manera controlaban la cotidianidad del pueblo. El tránsito por el río empezó a disminuir, porque los que venían de aguas abajo no podían llegar hasta cierto punto; y lo mismo pasaba con quienes venían aguas arriba. A la gente le cayó el estigma de pertenecer a las guerrillas”, cuenta la investigadora sobre el resultado del recorrido por el Catatumbo.
> Un joven indígena navegando por el río Vaupés, uno de los cuerpos de agua que controló las Farc. © CENTRO NACIONAL DE MEMORIA HISTÓRICA
Pero los ríos también se afectaron por las economías ilegales creadas alrededor de las zonas de conflicto armado. Es el caso de las aguas del Bojayá, en el Chocó. El proyecto encontró que el pueblo embera de la zona no volvió a pescar porque cerca del río se instalaron laboratorios de coca y estos lo contaminaron con los químicos que se utilizan en la fabricación de la droga.
“Los cuerpos de agua son parte del paisaje de la violencia en la medida en que sus características dan lugar para que sean usados como fosas comunes, como recurso útil para proyectos económicos que se gestan alrededor de la presencia armada y como control de la movilización por medio de retenes”, se lee en el informe que salió del proyecto.
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Ruinas
Colegios abandonados, casas invadidas por la maleza, antiguos campamentos de las Farc que hoy están por el suelo, trincheras que levantó el Ejército y que ya no usan. El conflicto armado dejó ruinas regadas por el campo, pero también trajo el cemento por primera vez a serranías, llanuras y otros ecosistemas. Las Farc construyó edificaciones en la región del Yari (Meta y Caquetá) para sus combatientes durante la zona de distensión en el proceso de paz del Caguán, entre 1999 y 2002.
«Las ruinas en lo que fue la zona de distensión es de lo más evidente y poderoso en transformación del paisaje, pero no porque sean hectáreas de cemento, sino porque es un momento en que las Farc deciden salir de la selva y construyen ciudadelas para instalarse muy cerca de las comunidades que ya estaban ahí. Las ruinas nos pueden hablar de momentos políticos importantes del país»
Opina María Luisa Moreno
En varias zonas rurales del país se pueden ver casas, escuelas, centros comunitarios y otras edificaciones abandonadas a raíz del conflicto armado. © LEÓN DARÍO PELÁEZ | REVISTA SEMANA
El desplazamiento forzado contribuyó a la aparición de ruinas en el campo. Colegios, iglesias, centros comunales, locales, entre otras edificaciones, quedaron abandonados porque los grupos armados obligaron a millones de campesinos a salir de sus fincas para apropiarse de los terrenos o los ahuyentaron tras un combate, como ocurrió en Bojayá. Este municipio chocoano no volvió a ser habitado luego de la masacre del 2002, durante un enfrentamiento entre las Farc y los paramilitares.
Para la investigadora que lideró este proyecto, la revisión de la relación entre conflicto armado y naturaleza ayudaría a entender cómo el posconflicto volverá a transformar a la Colombia rural y aportaría a la construcción de la memoria histórica. “El paisaje es una categoría que poco se ha estudiado. Da para hablar sobre lo que está ocurriendo hoy en el país y nos puede dar pistas no solo de los cambios en la geografía, sino de cómo se reconfiguran las dinámicas sociales y políticas de las regiones”.
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